viernes, 11 de agosto de 2023

Brando

Brando tampoco supo a qué hora fue que la vieja del vestido verde se unió a la bola, a qué hora se había subido con ellos a la camioneta. Nadie la conocía, nadie sabía su nombre, pero a ella no parecía importarle; estaba pedísima y bastante aturdida y al parecer muy caliente porque extendía sus manos torpes en todas direcciones, tratando de agarrarle la verga a sus amigos. El Willy fue el primero que se animó a desnudarla: le sacó las tetas del vestido y empezó a tirar de sus pezones con dureza, como queriendo sacarles leche o algo parecido, pero a la vieja aquello le encantó y comenzó a lanzar gemidos y a pedir que se la cogieran, que se la cogieran todos, ahí mismo en el asiento de la camioneta, y eso fue justo lo que esos cabrones hicieron: se la cogieron todos, primero el Willy, pinche gandaya, y luego el Mutante y el Gatarrata y la Borrega y el Canito, todos menos el Munra, que estaba manejando y lo veía todo por el espejo retrovisor con mala cara porque le iban a manchar los asientos de mecos, pinches marranos; todos menos Luismi, también, que por pendejo y pastillo se había quedado dormido con la cabeza pegada al cristal de la ventanilla, en el asiento delantero, mientras Brando miraba la escena con una mezcla de fascinación y de espanto. El olor que despedía el coño gris y peludo de la vieja le revolvió el estómago. ¿Así era como olían las partes de la mujer? ¿Así olería también la delicada raja de la muchacha del vídeo del perro? ¡Carajo! Prefirió entonces volver la cabeza hacia la ventanilla, mirar el cielo azul pálido sobre los carrizales, pero después de un rato sus amigos comenzaron a llamarle: Brandi, oh, Brandi, sólo faltas tú, Brandi; métesela de una vez, loco, métesela en caliente, gritaba el Willy, antes de que se despierte, porque la vieja culera aquella se había desmayado o sufrido una sobredosis de verga, o quién sabe qué pasaba pero todos reían y gritaban: métesela, pinche Brando, métesela en caliente, y Brando, de muy mala gana pero incapaz de negarse, se pasó al asiento trasero y se buscó la verga dentro de la bragueta, sin bajarse los pantalones porque ni de loco iba a dejar su culo al descubierto en frente de esos pinches degenerados, y se hincó entre las piernas alzadas de la mujer y rogó, con toda la fe que ya ni tenía, que la verga se le pusiera aunque fuera tantito dura, de menos para poder hacerle a la mamada de que se la estaba cogiendo, y así no quedar en ridículo frente a sus amigos, y ya casi lo estaba logrando, con los ojos cerrados y pensando en su chica, en su perro, y tirando disimuladamente del pellejo con los dedos de la mano derecha mientras conseguía meter la punta de su miembro en aquel agujero viscoso, cuando de pronto sintió que un chisguete cálido le mojaba el vientre. Bajó la mirada y vio cómo la bragueta de sus pantalones y el borde de su playera se oscurecían  súbitamente, y lanzó un grito de asco, y cayó de espaldas contra la puerta corrediza de la camioneta, y todos los presentes se quedaron mudos un segundo, y luego prorrumpieron en carcajadas salvajes y aullidos mientras señalaban la entrepierna de Brando y el chisguete de orina que la vieja cerda aún seguía soltando. ¡Lo orinó!, gritaron, los culeros. ¡Lo orinó mientras se la estaba cogiendo! ¡Pinche cerda asquerosa, pinche marrana de mierda! Nadie detuvo a Brando cuando este se lanzó hacia la mujer y le asestó un buen puñetazo en la cara; todos estaban demasiado ocupados riendo. Así que fue una suerte que en aquel momento el Munra detuviera la camioneta, a cincuenta metros del conecte de los Pablo, y se pusiera a rezongar por el olor a meados y exigiera que dejaran a la vieja ahí un lado de la carretera, porque de no haber sido así Brando la hubiera seguido golpeando, hasta sumirle la cara y tumbarle los putos dientes y tal vez hasta matarla, por haberle ensuciando la verga  y la ropa con sus asquerosos meados, pero sobre todo por haberlo dejado en ridículo frente a la banda, frente a esos cabrones castrosos que todavía años después del incidente seguirían cagándose de la risa de Brando

(Fernanda Melchor. Temporada de huracanes. Barcelona, Penguin Random House, 2023, decimotercera reimpresión)

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