Escribo
para que el agua envenenada
pueda beberse.
(Chantal Maillard. Matar a Platón.
Barcelona, Tusquets, 2004)
Escribo
para que el agua envenenada
pueda beberse.
(Chantal Maillard. Matar a Platón.
Barcelona, Tusquets, 2004)
Al suave viento del este, colgado de la robusta rama de un roble, el último Borbón que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre.
(Robert Walser. Aus dem Bleistiftgebiet. Edición de Bernhard
Echte y Werner Morlang. Zúrich y Frankfurt, Suhrkamp, 1985-2000, 6 volúmenes)
Hay un miedo luminoso y un miedo amargo. El primero crece y crece y se expande hasta que estalla. El segundo se encoge y se seca. Este miedo amargo es el que convierte a los hombres en momias, el luminoso los convierte en poetas.
(Elías Canetti. El suplicio de las moscas. Traducción de Cristina García Ohlrich. Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1994)
Concédeme
la humildad de extraviarme
sin que el ceño se endurezca.
(Rafael Cadenas. Obra entera. Poesía y prosa (1958-1995). Valencia, Pre-Textos, 2007)
dejadme vivir como yo quiera.
(Jimi Hendrix)
https://youtu.be/Vrs0XgnXsxk?si=KuQD1mg-uIglL9pF
Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca.
(Rosario Castellanos. Poesía no eres tú:
obra poética, 1948-1971. México, FCE, 1972)
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me queda por llorar.
(José Hierro. Cuaderno de Nueva York. Madrid, Hiperión, 1998)
El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento.
(Albert Camus. L'Envers
et l'Endroit. Alger Editions Edmond Charlot, coll.
"Méditerranéennes", 1937).
Que no me coma la envidia,
la peor enfermedad;
que no sepa de venganza
ni aun cumpliéndose en justicia;
que guardián no sea el odio
de una apagada alegría;
que el rencor no me empobrezca
a la hora del balance.
Y que todo sea así
no para ganarme el Cielo
sino por que vuele en paz
mi ceniza en el olvido.
Voy a volver a mí, como vuelve el gusano al capullo.
Renaceré en el canto de la mina volada en el Oeste. Saltará la larva al aire con las alas cerradas y bajará conformar su hogar en la antracita. No va a alcanzar el vuelo en mil generaciones. Nadie medirá el hueco en que me alojo, la cueva se descubre traspasando el enjambre que vigila el huevo de la reina.
¿Quién vigila la pupa? La suspendida mosca en la tela de araña.
Así ha de ser mi renacer, un continuo derroche de líquido embrionario, una carga doliente en la rama del roble. Mi renacer será esdrújulo, como la cúrcuma enraizada en el nombre de la tierra.
Para volver a mí pondré distancia de hoy hasta mañana, el tiempo me es propicio y volverá la primavera a sacudir los nidos saturados.
(Manuela Temporelli. Sabor de moras en agosto. Madrid, Bartleby Editores, 2022)
Suben por las laderas las armas con sus hombres,
los hombres con su hambre
el hambre con su horca
la horca con su oficio de hacer quebrar la rama.