jueves, 16 de marzo de 2023

El desencantamiento del mundo


¿Quién si yo gritara llegaría a oírme desde los coros

de los ángeles? Y si uno de ellos acabara incluso

por tomarme en su corazón, me fulminaría entonces

su existencia más potente, pues lo bello no es sino

el comienzo de lo terrible, casi insoportable para nosotros,

que tanto lo admiramos porque impasible desdeña

aniquilarnos. Qué terribles son todos los ángeles.

Decido pues contenerme y reprimo la llamada

de un oscuro llanto. Ay, ¿a quién seremos capaces

de recurrir? No a los ángeles ni a los hombres

-y los sagaces animales empiezan a darse cuenta

de que ya no estamos demasiado seguros

en el mundo interpretado-. Tal vez nos quede algún

árbol allá en la ladera para poder verlo

todos los días. Y nos queda la calle de ayer

y esta caprichosa confianza de una costumbre

que se sintió a gusto entre nosotros y ya no se fue.

(Rainer Maria Rilke. Elegías de Duino. Nueva edición con poemas y cartas inéditas. Edición y traducción de Adan Kovacsics y Andreu Jaume. Barcelona, Lumen, 2022)

domingo, 5 de marzo de 2023

Vida



Después de todo, todo ha sido nada,

a pesar de que un día lo fue todo.

Después de nada, o después de todo

supe que todo no era más que nada.


Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».

Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».

Ahora sé que la nada lo era todo,

y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada.

(Era ilusión lo que creía todo

y que, en definitiva, era la nada).

 

Qué más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo,

después de tanto todo para nada.

 

(José Hierro. Cuaderno de Nueva York.

Madrid, Hiperión, col. Poesia, 326, 1998)

lunes, 19 de diciembre de 2022

Villancico en Central Park


Vistió la noche, copo a copo,

pluma a pluma,

lo que fue llama y oro,

cota de malla del guerrero otoño

y ahora es reino de la blancura.

¿Qué hago yo, profanando, pisando

tan fragilísimo plumaje?

Y arranco con mis manos

un puñado, un pichón de nieve,

y con amor, y con delicadeza y con ternura

lo acaricio, lo acuno, lo protejo.

Para que no llore de frío.


(José Hierro. Cuaderno de Nueva York.

Madrid, Hiperión, col. Poesia, 326, 1998)