domingo, 24 de marzo de 2024

Seguir viviendo

El suicidio más apropiado para mí es, por lo visto, la vida.

(Imre Kertész. Diario de la galera.

Traducción de Adan Kovacsics.

Barcelona, El Acantilado, 2004)

miércoles, 20 de marzo de 2024

Solo


Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.

(Antonio Colinas. Sepulcro en Tarquinia. Barcelona, Lumen, 1976)

martes, 19 de marzo de 2024

La canción del tiempo

¿Qué es la voz? La pérdida es. ¿Qué es la voz? La falta es. ¿Qué es la voz? El abandono es. ¿Qué es la voz? La tristeza es. Una voz nueva y celeste nace del corazón. Es una voz que abre el sexo de la montaña con su viejo canto. Canta ella el gran poema del sol, canto el poema de la sangre y el canto dice: tenemos miedo porque amamos, tenemos miedo porque vulnerables somos, tenemos miedo porque vamos a morir. ¿Qué es la voz? El parto es. ¿Qué es la voz? La ternura es. Chamanes eléctricos cabalgan tormentas en la cordillera. Cabalgan rayos, cabalgan truenos. Hay una voz que canta desde el interior la vieja canción del tiempo y el canto dice: el cuerpo es una fiesta que se arma sobre el duelo. El canto canta: el miedo es bello porque amamos, porque vulnerables somos, porque vamos a morir. Canta el tiempo la gran canción del cuerpo. El poema del sol tiembla desde el fondo del agua: la vida acuática es breve, ay, pero las montañas eternas son. Entra la voz del agua en el sexo abierto de las montañas. Entra lo pequeño en lo gigante, lo fugaz en lo eterno. La fuerza es la voz que dice: escúchame, traigo vivo al animal del tiempo. Un canto antiguo es. Un canto de garra. Escúchame: la voz oscura es, pero resplandece. Escúchame: estar a salvo no es vivir. ¿Qué es la voz? El miedo es. ¿Qué es la voz? La pasión es. ¿Qué es la voz? La fiesta del sol es.

(Mónica Ojeda. Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Barcelona, Penguin Random House, 2024)

Las palabras que son pronunciadas violentan la divinidad del silencio.

Las palabras escritas la protegen.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Dizz

Yo estaba enamorada con una entrega que mis amigos juzgaban tóxica y romántica, e insistían en que pensara en mí y lo dejara, pero ahora, después de tantos años, después de ese funeral horrible y las cenizas que tiramos en Bass Rock Beach, ahora mismo lo recordaba con el pelo como un halo angelical y los dedos anchos que me tocaban con una delicadeza que no existe más, que se fue con él, con los gestos de atención y lengua entre los labios que hacía cuando usaba auriculares, cómo me compraba el lápiz labial rojo que a mí me gustaba, y esa noche que se dejó bañar hasta en los rincones más íntimos y me pidió que entrara con él en la bañera y susurró necesitamos un milagro y lloramos juntos, el agua salada de lágrimas y sucia de quién sabe qué, y nos fuimos a la cama y nos dormimos abrazados, y a la mañana siguiente él se despertó hecho una fiera y una vez más le busqué la enorme vena del brazo, una vena invencible bajo la piel pecosa, y le inyecté lo que quedaba y salió a buscar más dolor y más muerte y no volví a verlo nunca más, se perdió por ahí y apareció muerto en la calle semanas después.

(Mariana Enríquez. Un lugar soleado para gente sombría. Barcelona, Anagrama, 2024)

Me hundiré en el horror abismal de la locura y la muerte, o caminaré sobre el amanecer. 

(Marjorie Cameron)

lunes, 4 de marzo de 2024

Aquel destello ciego de luz


Se sentaron en la misma mesa que Heisenberg había ocupado aquella noche. Bohr pidió dos cervezas, que saborearon lentamente, y luego dos más, que bebieron de un trago. Durante la tercera, Heisenberg le confesó todo lo que había sucedido allí; le habló del desconocido que lo había drogado, de su miedo, del frasco sobre la mesa, de las manos de oso de aquel extraño y del fulgor en la hoja de su cuchillo; le describió el amargor del brebaje verde, las historias que el hombre le había contado, su arranque de emoción incontenible y su escape cobarde; le habló del frío que hacía afuera, de la hermosura de sus alucinaciones, las raíces pulsantes de los árboles, el baile de las luciérnagas, la pequeña luz que había cobijado entre sus palmas y la sombra gigantesca que le persiguió hasta la universidad. Le habló de todo aquello y de su vida en las semanas posteriores, lo que sentía que se venía por delante, la tormenta de ideas que se había desatado en su cabeza y el entusiasmo incontenible que se había apoderado de él desde aquella noche; pero por una extraña razón que no supo explicarse, y que tampoco hubiera podido explicarle a Bohr, ya que no lo comprendería sino décadas más tarde, no fue capaz de confesar su visión del bebé muerto a sus pies, ni de las miles de figuras que lo habían rodeado en el bosque, como si quisieran advertirle algo, carbonizadas en un instante por aquel destello ciego de luz.

(Benjamín Labatut. Un verdor terrible. Barcelona, Anagrama, 2020)

Sólo una visión de conjunto, como la de un santo, un loco o un místico, nos permitirá descifrar la forma en que está organizado el universo. 

(Karl Schwarzschild)

jueves, 29 de febrero de 2024

Todo hombre mata lo que ama


Cada hombre mata lo que ama;

algunos con una mirada amarga;

otros, con dulces palabras;

el cobarde con un beso;

el valiente con la espada.


(Oscar Wilde, Balada de la cárcel de Reading, 19 de mayo de 1897)

martes, 20 de febrero de 2024

MANIAC

Antes de caer en el silencio y negarse a hablar incluso con su familia y amigos, le preguntaron a von Neumann qué sería necesario para que una computadora, o algún otro tipo de entidad mecánica, empezara a pensar y a comportarse como un ser humano.

Se tomó mucho tiempo antes de contestar, en una voz más suave que un suspiro.

Dijo que tendría que crecer, no ser construida.

Dijo que tendría que dominar el lenguaje, para leer, escribir y hablar.

Y dijo que tendría que jugar, como un niño.

(Benjamín Labatut. MANIAC. Barcelona, Anagrama, 2023)

Insistes en que hay cosas que las máquinas no pueden hacer. Si tú me dices qué es lo que no pueden hacer, yo siempre seré capaz de construir una máquina que haga exactamente eso. 

(John von Neumann)

sábado, 17 de febrero de 2024

Ahora me he convertido en la Muerte, la Destructora de Mundos

Sabíamos que el mundo ya no sería el mismo. Algunas personas rieron; otras lloraron. La mayoría permaneció en silencio. Yo recordé un pasaje de las escrituras hindúes, el Bhagavad Gita. Visnú está tratando de persuadir al príncipe para que cumpla su deber y para impresionarlo adopta su forma con múltiples brazos y dice: «Ahora me he convertido en la Muerte, la Destructora de Mundos». Supongo que todos pensamos eso, de una u otra forma.

(J. Robert Oppenheimer en una entrevista realizada para el documental The Decision to Drop the Bomb emitido por la NBC en 1965)

https://youtu.be/lb13ynu3Iac?si=qMSFqZ98vDIIEo92

jueves, 15 de febrero de 2024

Padre

            No tenía sentido postergar el enfrentamiento con mi padre. Después de una noche sin apenas dormir, se lo conté todo mientras desayunábamos (salvo el nombre de Brevel y la verdadera naturaleza de mi trabajo). Me escuchó en silencio, con la cabeza gacha. Terminé de hablar. Nos quedamos mirando nuestros cafés. Y justo cuando ya pensaba que la pausa natural se estaba endureciendo para formar uno de sus arranques de cólera gélida, pasó la mano por encima de la mesa y me agarró la mía.

De niña, me fascinaban los callos de sus dedos y de las palmas de sus manos, endurecidos por los años de meter tipos en la imprenta y manejar sustancias químicas abrasivas. El hecho de que formaran parte de su cuerpo pero también fueran cosas. Solía pellizcarle y pincharle aquella piel con textura de caucho y preguntarle si sentía algo. Invariablemente mi padre fingía no inmutarse y me decía que ni siquiera había sentido que lo tocaba. Era la señal para que lo pellizcara más fuerte, lo más fuerte que podía, hasta que los dedos me temblaban y se me ponían blancos del esfuerzo. Él se limitaba a bostezar o a hacer algún comentario sobre el tiempo. Como si allí no pasara nada.

-Esto no es lo que me había imaginado –dijo por fin-. No estoy seguro de qué me había imaginado, pero no era esto.

Le agarré la mano con más fuerza.

-Pero ya es hora. Eres inteligente, y confío en tu juicio. Aunque no esté de acuerdo contigo. –Levantó la vista y me miro a los ojos-. Ya es hora. Ya hace tiempo que es hora. Tienes que irte.

Al decir estas palabras, él también me agarró la mano con más fuerza y me atrajo hacia sí. Sin soltarlo, me levanté, di vuelta a la mesa y lo abracé.

Ya sabes que siempre puedes volver a este caos –dijo.

Pasamos el día juntos en una atmósfera de cálida melancolía. Aunque sentía que el amor por mi padre era más fuerte después de nuestra breve conversación, también es cierto que en mi presencia en el apartamento había algo desagradablemente incorpóreo, como si ahora que mi partida era inminente me hubiera vuelto bidimensional. Además, sentía la presión de cumplir lo antes posible con la petición de Bevel; y quizás por encima de todo tenía curiosidad por mi nuevo apartamento y ansia por mudarme.

(Hernán Díaz. Fortuna. Traducción de Javier Calvo. 

Barcelona, Anagrama, 2023, págs. 372-373)

Me acuerdo de mi padre. Siempre decía que todo billete de dólar se había impreso en papel arrancado de la escritura de venta de un esclavo.

[Las palabras se desprenden de las cosas 

Entro y salgo del sueño. 

Como una aguja que sale de una tela negra 

y desaparece de nuevo. 

Sin enhebrar.]

viernes, 2 de febrero de 2024

Mendocianadas

El tiempo pasa con increíble celeridad, y si uno ha sabido enriquecer su entendimiento con lecturas sustanciosas, viajes instructivos y serenas reflexiones, al final recibe la recompensa del sabio, que consiste en comprobar que todo lo aprendido es inútil, toda experiencia es tardía y toda vida es de una vulgaridad sin paliativos. […]

-Mira, hija –prosigue la señora Mendieta-, yo ya soy muy mayor y eso te hará pensar que no entiendo las cosas de los jóvenes porque en mi tiempo todo era distinto y lo que no era distinto ya lo he olvidado. No te engañes. Las cosas nunca han sido distintas, o el mundo no estaría lleno de gente. Y he olvidado muchas cosas, pero otras las tengo presentes como si estuvieran sucediendo en este mismo momento. Así que te voy a dar un consejo. No me harás caso, por supuesto, pero te lo voy a dar de todos modos. Es muy sencillo. No te fíes de los hombres. En este terreno, quiero decir. En otros terrenos los hay buenos, malos y regulares. Pero en éste, todos van a lo mismo. Primero te hacen creer que sólo quieren acostarse contigo, pero, en el fondo, lo que quieren es casarse. Y si te dejas embaucar, estás perdida. Porque los hombres, para un rato, están bien, pero como maridos, son insoportables. Yo estuve casada un montón de años y en rigor no me puedo quejar: mi Adrià era un santo varón; nunca me dio disgustos, siempre fue paciente y dadivoso. Ahora, aburrido a más no poder. Me dirás que en tu caso él es distinto. Por supuesto, todos lo son: cada uno es un desastre a su manera. Antes de conocer a mi marido tuve un novio paranoico; luego otro que parecía normal y resultó que coleccionaba ardillas disecadas.

(Eduardo Mendoza. Tres enigmas para la Organización. Barcelona, Seix Barral, 2024)

martes, 30 de enero de 2024

Casida de la mano imposible

(Imprescindible leer de rodillas)


Yo no quiero más que una mano,

una mano herida, si es posible.

Yo no quiero más que una mano,

aunque pase mil noches sin lecho.

 

Sería un pálido lirio de cal,

sería una paloma amarrada a mi corazón,

sería el guardián que en la noche de mi tránsito

prohibiera en absoluto la entrada a la luna.

 

Yo no quiero más que esa mano

para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.

Yo no quiero más que esa mano

para tener un ala de mi muerte.

 

Lo demás todo pasa.

Rubor sin nombre ya, astro perpetuo.

Lo demás es lo otro; viento triste,

mientras las hojas huyen en bandadas.


(Federico García Lorca. Diván del Tamarit, [Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Sonetos]. Edición, introducción y notas de Mario Hernández, Alianza Editorial, 1989)