Fernando Nombela
jueves, 30 de noviembre de 2023
jueves, 9 de noviembre de 2023
Sufre como yo by Albert Pla
Yo quiero que tú sufras lo que sufro:
aprenderé a rezar para lograrlo.
Yo quiero que te sientas tan inútil
como un vaso sin whisky entre las manos;
que sientas en el pecho el corazón
como si fuera el de otro y te doliese.
Yo quiero que te asomes a cada hora
como un preso aferrado a su ventana
y que sean las piedras de la calle
el único paisaje de tus ojos.
Yo deseo tu muerte donde estés.
Aprenderé a rezar para lograrlo.
(José María Fonollosa, “Kennamore Street”, en Ciudad
del hombre: Nueva York. Barcelona, Bauma,
Cuadernos de Poesía, 1991)
sábado, 4 de noviembre de 2023
“¿Me quieres más que a tu vida?”
El día que volví a casa y ya no estaba Valen –y vi sus cajones vacíos, sus armarios vacíos, las estanterías de sus libros vacías, los muebles del baño vacíos de sus productos y las paredes vacías de sus cuadros, y la casa no olía a nada, tampoco a ella--, me senté en el salón y lloré encima de todas mis heridas, que eran las de ella. Se había ido, y supe que era para siempre, porque hay gente que cuando apaga la luz no recuerda nunca dónde está el interruptor para encenderla de nuevo, quizá porque lo ha quemado. Tuve ante mí todos los sueños que íbamos a cumplir juntos y empecé a reunirlos en el suelo como si fuera un puzle, armando un futuro de mentira, tuve ante mí nuestra última conversación: “¿me quieres más que a tu vida?”, y su mirada alucinada, los ojos abiertos tratando de no llorar y finalmente llorando, y el estrépito de las cosas cayendo a nuestro alrededor, y oía el final de todo, una y otra vez, el único ruido que se escucharía para siempre en esa casa: el de una puerta cerrándose y unos pasos bajando las escaleras a toda prisa, no recuerdo si míos o de ella. Ni siquiera podía encontrar la belleza absoluta que solo aparece al fondo del terror, cuando ya todo da igual o lo que pase os va a pasar a los dos al mismo tiempo, y nunca más se quedará ninguno solo, es decir, sin el otro. Porque no fue así.
(Manuel Jabois. Mirafiori. Madrid, Alfaguara, 2023)
martes, 31 de octubre de 2023
sábado, 28 de octubre de 2023
sábado, 14 de octubre de 2023
Louise Glück (Nueva York, 22 de abril de 1943 - 13 de octubre de 2023)
me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.
(Louise Glück. El iris salvaje.
Traducción de Eduardo Chirinos.
Valencia, Pre-Textos, 2006)
miércoles, 11 de octubre de 2023
A tu vera by Sarria
domingo, 8 de octubre de 2023
Milonga del moro judío by Jorge Drexler
“Yo soy un moro judío
que vive con los cristianos,
no sé qué Dios es el mío
ni cuáles son mis hermanos.”
(Chicho Sánchez Ferlosio. Canciones,
poemas y otros textos de Chicho Sánchez Ferlosio. Recopilación de Rosa
Jiménez, Lisi F. Prada y Francisco Cumpián. Madrid, Hiperión, 2008)
sábado, 7 de octubre de 2023
Taxi
El conductor, casi un niño de nuestra edad:
--Oiga, ¿les importa si recogemos de camino a otro pasajero? Es que tengo que parar porque si no…
No terminó su frase. Otro tímido. Volantazo y marcha atrás. El taxi se detiene en una plaza en sombras, dos calles más adelante. La portezuela se abre y una oscuridad jadeante invade la cabina. Una mujer enorme cargada de bolsas se les echa encima como un desprendimiento de tierra, un alud, un cerro de mujer, hagan sitio, no empuje, me está usted clavando el, perdón, codo, haga el favor de, no me oprima, tranquilos, tranquilos, que no cunda el pánico, si será un solo momento, yo les agradezco su paciencia, que llegamos en seguida, ya estamos solos.
En marcha. Maquinaria pesada, rotondas y desviaciones, surtidores de diésel, radares de tráfico, rodamientos Ercilla, Gráficas Muñoz, por aquí, por allá, ¿dónde estamos?, no tengo ni idea, túneles de autolavado de plumaje multicolor, como guacamayos enormes, dársenas desiertas del intercambiador de autobuses con su resplandor endurecido de Gotham City, la fantasmagoría del extrarradio.
Todo aquello parecía haber sido arrojado, o vomitado con violencia, tras una gastroenteritis urbana: estos eran los restos imposibles de digerir para la ciudad, las toxinas excedentes, las sílabas del mal.
Salivazos de lluvia en el parabrisas. Cuatro gotas gordas. El taxista dio la vuelta a la cinta del radiocasete para que alguien pudiera seguir amando a alguien locamente. Al partir, un beso y una flor. Están clavadas dos cruces en el monte del Olvido.
Nadie hablaba, nadie lloraba tampoco, la giganta no pronunció ni media palabra, parecía haberse quedado dormida de inmediato, con la cabeza caída sobre el pecho; emitía un hipido nasal propio de un artículo de broma o del vapor chistoso del radiador de los dibujos animados.
Quedaban restos de nieve en algunas cornisas y piltrafas de adorno en los balcones, el taxímetro bombeaba su hemorragia de dinero hasta desbordar nuestro presupuesto, tralarí tralará, es ligero equipaje para tan largo viaje, entre unas cosas y otras pasaba de medianoche, qué va a ser de ti lejos de casa nena qué va a ser de ti. Oiga, ¿falta mucho para llegar? No se puede respirar, nos falta oxígeno, nos estamos ahogando. No, aquí es. Menos mal. Vamos, vamos.
Aquel taxi negro con su noche discográfica y su mujer avalancha desparramada sobre la tapicería.
(Eloy Tizón. “Agudeza”, en Plegaria para pirómanos. Madrid, Páginas de Espuma, 2023)
jueves, 5 de octubre de 2023
La masía
La ventana de la cocina era angosta y honda como el agujero de una oreja. Dejaba pasar una luz indirecta, tempranera, azulada, que desleía las formas y los colores. Las paredes desconchadas y la campana del hogar eran blancas, las manchas de humedad, grises, la encimera era amarilla, las ranuras del fregadero eran negras, los armarios eran de colores tostados con tiradores metálicos picados de óxido, el suelo era de baldosas grana, los escaños, las sillas y la mesa eran de madera de pino, con diferentes pátinas de desgaste y de barniz. La cocina tenía dos puertas. Una maciza, con dos peldaños, que se abría a una despensa morada y fría como un hígado. Y otra con cuarterones de cristal que daba al zaguán. El zaguán de la masía era húmedo y oscuro, como una garganta. De paredes ásperas, que eran la carne de las mejillas por dentro. Con un techo de vigas, como las rayas de un paladar, y el suelo de piedra, que era una lengua gastada de tanto engullir. Había allí un zapatero lleno de zapatos puestos de cualquier manera. Un banco. Un armario empotrado con las puertas carcomidas y una aldabilla de madera. Tres ganchos cubiertos de chaquetas como chepas. Una caja llena de botellas de cristal vacías. De las paredes colgaban herramientas de trabajar el queso; una lira y moldes de mimbre. En el suelo había dos lecheras de adorno. El arco del portal eran unas encías. La puerta cerrada que daba afuera, unos dientes apretados. Unas escaleras de baldosa, estrechas como un espinazo, conducían al piso de arriba. El fondo de la garganta que era el zaguán daba a unas cochiqueras alargadas de suelo prensado, una sola ventana, comederos empotrados a la pared, un pilón rudimentario, sacos, cubos, una horca, forraje y paja, una balda metálica con herramientas y polvo, y una salida que daba a un corral. Las cochiqueras estaban divididas en dos. En un lado había cuatro cabras escuálidas. En el otro, una carroza. Una de las cabras era blanca. La otra parda. El macho era negro. Había un cabrito pardo con la cara blanca. La carroza era dorada y azul, con cojines y cenefas bordadas, flecos de seda plisada y estrellas pintadas de oro.
(Irene Solá. Te di ojos y miraste las tinieblas. Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Barcelona, Anagrama, 2023)
Te di oídos y tú escuchaste a otro
Te di boca y confabulaste con otro
Te di ojos y miraste las tinieblas
lunes, 25 de septiembre de 2023
El oficio de escribir, el oficio de vivir
22 de octubre [de 2010]
Durante todos estos días no se me va la opresión en el pecho, la sensación de que voy a ahogarme: se trata de una reacción física que materializa la pérdida (mis padres, mi abuela, los amigos muertos o en paradero desconocido) y el olvido (palabras, nombres, títulos de libros y películas), que no es más que otra forma de pérdida, es el miedo a la muerte, angustia por todo lo que desaparecerá contigo, vivencias con personas, con libros, con música, lo que he vivido, visto, leído y escuchado, se está yendo conmigo, la canción, la película, eso que soy y se disuelve. En realidad es como si me muriera antes de la llegada de la muerte, seguramente se trata de una forma de cobardía, querer escapar de ella, ganándole la mano: muriéndote antes de morir, egoísmo, pensar que puedes manejar lo que nadie puede. Lo cierto es que estoy pasando unos días espantosos. Lo peor es que no me apetece salir a ninguna parte, ni ver a nadie, para poner a prueba mi claustrofobia cuando llega la noche bajo todas las persianas de la casa y me quedo allí dentro, en el ataúd.
A todo eso, no añado ni una palabra a lo que deberían ser las notas para una posible novela. No tengo un instante de calma a lo largo del día. Leo con dificultad. La opresión en el pecho no desaparece en ningún momento. Yo solo querría escribir, porque creo que poner esta angustia por escrito me libraría de ella, o me aliviaría, pero no lo consigo.
(Rafael Chirbes. Diarios.
A ratos perdidos 5 y 6. Barcelona, Anagrama, 2023, páginas 736-737. Vid. Diarios. A ratos perdidos 1 y 2; 3 y 4. Barcelona, Anagrama, 2021 y 2022
respectivamente)