La pérdida, en todas sus manifestaciones, es la piedra de
toque de la depresión, en el desarrollo de la enfermedad y, muy probablemente,
en su origen. Más tarde, me iría convenciendo de que la devastadora pérdida de
mi infancia figuraba como génesis probable de mi propio desorden; entretanto,
observando mi condición retrógada, sentía pérdidas a manos llenas. La pérdida
de la autoestima es un síntoma bien conocido, y mi propia conciencia del yo
estaba al borde de la desaparición, junto con la confianza en mí mismo. Esta
pérdida puede degenerar en dependencia, y la dependencia en miedo infantil. Uno
teme la pérdida de todas las cosas, de todas las personas cercanas y queridas.
(William Styron. Esa
visible oscuridad. Memoria de la locura.
Traducción y epílogo de Horacio Vázquez-Rial. Barcelona, La otra orilla,
2009)
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