A
Fernando Nombela
Tú
eres como yo, no eres capaz de querer a nadie
lo
cual es una forma provocadora de decir
que
el odio no te concierne tampoco,
que
el negocio de renta hueca de los hombres
te
resulta asunto ajeno, jerga extraña,
y
ambos crecemos en un erial propio,
en
otra tierra cuya impiedad acepta el trueque
de
esta anestesia del saber por vida,
tus
amados manuscritos, tus libros,
como
yo, te niegas a reconocer el peso de su vanidad
a
verlos pasar mintiendo la gloria que nos prometieron
alardeando
su impostura mientras el tiempo nos mata,
y
los relees, los intimidas con tu anhelo,
les
colmas con devoción sus bordes de notas,
como
si trazaran la orilla de una isla de redención
y
no fueran otra piel exhausta que añadir
al
muladar vano que suman nuestros días,
oh
y cuán corrido estoy
de
haberte alabado las delicias del canto,
también
yo seré culpable de tu tristeza
cuando
te desuelle con su mano firme el desconsuelo,
cuando
suene implacable el viático en tu sangre
y
descubras que era pecado de joven necio, frívolo,
creer
que en la anécdota de tu dolor
latía
el eco de un aliento universal,
pensar
que podíamos encerrar un relumbre de la belleza
en
este afán pobre de nuestras sílabas contadas.
(Imagen:
detalle de Virgen con Niño y dos ángeles
de Fra Filippo Lippi, 1455)
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