Una
fiera y sólo una aúlla en las noches del bosque.
El
lobo es carnívoro encarnado y es tan ladino como feroz; si ha gustado el sabor
de carne humana, ya ninguna otra lo satisfará.
De
noche, los ojos de los lobos relucen como llamas de candil, amarillentos,
rojizos; pero ello es así porque las pupilas de sus ojos se dilatan en la
oscuridad y captan la luz de tu linterna para reflejarla sobre ti... peligro
rojo; cuando los ojos de un lobo reflejan tan sólo la luz de la luna, destellan
un verde frío, sobrenatural, un color taladrante, mineral. El viajero
anochecido que ve de súbito esas lentejuelas luminosas, terribles, engarzadas
en los negros matorrales, sabe que debe echar a correr, si es que el terror no
lo ha paralizado.
Pero
esos ojos son todo cuanto podrás vislumbrar de los asesinos del bosque que se
apiñarán, invisibles, en torno de tu olor a carne, si cruzas el bosque a horas
imprudentemente tardías. Serán como sombras, como espectros, los grises
cofrades de una congregación de pesadilla; ¡escucha!, escucha el largo y
ululante aullido..., un aria de terror súbitamente audible.
La
melopea de los lobos es el trémolo del desgarro que habrás de sufrir, de suyo
una muerte violenta. (…)
En
el bosque, donde nadie habita, siempre estás en peligro. Si traspones los
portales de los grandes pinos, allí donde las ramas hirsutas se enmarañan para
encerrarte, para atrapar en sus redes al viajero incauto, como si la vegetación
misma estuviera confabulada con los lobos que allí moran, como si los pérfidos
árboles salieran de pesca para sus amigos..., si traspones los soportales del
bosque, hazlo con la mayor cautela y con infinitas precauciones, pues si por un
instante te desvías de tu senda, los lobos te devorarán. Son grises como la
hambruna, despiadados como la peste. (…)
Teme
al lobo y huye de él; pues lo peor es que el lobo puede ser algo más de lo que
aparenta. (…)
(Angela
Carter. “En compañía de lobos”, en La
cámara sangrienta y otros cuentos. Traducción de Matilde Horne. Barcelona,
Minotauro, 1991)