lunes, 22 de abril de 2013

Variedades de la experiencia religiosa



I. SABBATH

No nos distrae la flor de pascua
blanca: el loto florece;
hay minúsculas perlas de sebo y de hielo
en su cuerpo redivivo.
En la oscuridad de la tarde,
cuando la nevasca se cierne
y nos separa
del extravío de voces y de lámparas,

silencio en el que recordamos,
pasajero silencio,
silencio
en el cerrarse de una puerta
mientras algo más que la luz
se desliza por el pórtico
y rodea el muro del jardín
y elude al ansioso collie:
lo que no hemos logrado imaginar,
lo que dimos por perdido,
lo imprevisible, vacío como el hambre,
lo que apenas percibimos
cuando se filtra en esta
cuna en llamas
por un hueco
de la escritura

IV. PENITENCIA

Tiempo para regresar y releerlo todo,
cubriendo de blanco las palabras que entiendes
hasta que nada sea visible sino esto:
avergonzado, evangelio, prudente, inexacto,
patrimonio, silencio, golpe de estado.
Tiempo para rehusar tus quince minutos de fama,
el premio que ganaste y que no puedes aceptar,
la letra pequeña del documento, la prima de no reclamación.
Fuera, en la oscuridad, en el frío, en un destello de nieve,
algo inesperadamente vuelve, para dar testimonio:
una sombra, un fantasma, tu doble, u otro que
se te parece, o que se parecería a ti, si estuvieras,
vuelve para desentrañar el fantasma de un fuego extinto,
y revolviendo la escoria y la ceniza, recobrar el ritmo del corazón.

V. ANOTACIONES MARGINALES
ANTE LA PERSPECTIVA DE LA MUERTE

Se presiente como una puerta iluminada
que la mente podría traspasar como un actor
que se encuentra de repente en la escena
largamente ensayada:
un mercadillo de pueblo, quizás,
con redondos quesos

y puestos con cordeles
y pichones colgando;
una estrecha callejuela que parece
familiar en la tarde lluviosa,

el brillo de las luces, el olor del pan,
las ventanas, con sus desnudos maniquíes
retorcidos y absortos,
como los dibujos anatómicos de Grey;
y, en ocasiones,
con un poco de suerte,
aquella ensenada en una orilla remota
de la isla, donde nadamos
solos, entre los peces,
en un mar

tan transparente
que pudimos imaginarnos curados
y de nuevo fieles
a lo que solíamos saber:
el cielo abierto,
la canción de las cigarras.

X. MÁS ALLÁ

Cuando hayamos partido
nuestras vidas seguirán sin nosotros;
cuando menos eso creemos,
y hasta tratamos de imaginar
el hueco que dejaremos, lleno
del fulgor de algún otro:
a otro recogiendo los frutos
del ciruelo del jardín;
sin sacar nada en claro
que no sea
el fallido goce, la inarticulada
convicción de que el después no vendrá
sin que aceptemos
despegarnos de las cosas
 y dejemos escapar
el fantasma de un alma

que solo aparenta ser
al pasar.
(John Burnside. Dones. Traducción de Juan Antonio Montiel.
Barcelona, Lumen, Col. Poesía, 195, 2013. El poeta en la imagen)

CONCÉDEME UN POCO MENOS
CON CADA AMANECER:
COLORES, UN HÁLITO DE VIENTO,
LA PERFECCIÓN DE LAS SOMBRAS,

 HASTA QUE SÓLO ENCUENTRE,
LO QUE YA ESTABA AHÍ:
EL ORO EN LOS SURCOS DE MIS MANOS
Y LA LUZ DE LA NOCHE, QUE ARDE.

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