POR
ESO AHORA VAMOS A HABLAR
como
siempre de poesía
--la
poesía es la máscara
que
nos descubre--, vamos
a
hablar de nuestra catarata
siempre
cayendo, de esa tempestad del poeta
siempre
cayendo y en su espuma levantándose
igual
que se levanta del invierno
recompuesta
la flor desde su polen,
del
poeta que es joven y tiene la mirada
entre
la lágrima de la alegría
y
la de la turbación, de por qué
es
su campana extendiéndose
por
el lugar en que el peligro ataca
y
se hace mes de abril, el mes
más
cruel como dicen que decía Eliot,
y
porque exactamente, como las golondrinas,
ella
vino en abril a dejarme un beso
caliente,
negro y fugaz y, sin embargo,
con
la navaja abierta sobre donde
la
herida que jamás se cierra,
y
tú de dónde eres, y tú cuándo
naciste
y cuánto tiempo hace
que
eres imprevisible como lo es la pasión,
veletamente
como
la
llama de una vela bastardea
según
del lado que sople el viento,
o
como la frialdad, como esa sensación del frío
que
se opera en el hielo hasta que quema,
y
vamos a hablar de lo que está probado
y
tiene historia: que quien escribe versos
vive
dos veces como la vista llora doble,
y
de que ella se fue sin despedirse
apedreándome
sin caridad y con mis mismas armas
como
le ocurre al corazón del valle
con
los desprendimientos de la ladera
y
ya que está esperando
que
mi edad se descubra
como
la huella descubre al huido,
he
de decirte que el acento
es
el carácter del poeta y, en consecuencia,
su
determinación, lo que recordarán
igual
que se recuerda sin divorcio posible
el
perfume y la flor empadronados
el
mismo día y a la misma hora,
la
forma y cuanto exhala, espíritu y materia, juntos
como
la sal y el agua de una lágrima;
que
el ritmo son sus piernas y sus brazos,
la
sede del movimiento que marcan las estrellas
acompasadamente,
que la cadencia encarna
el
tresbolillo del oído, pues
con
la oreja se escribe y desgraciado
del
que la tenga ruda, de cerrojo,
que
el cuello es su armonía, su elegancia
(retuérceselo
al cisne, como quiso Rubén,
o
de otra manera: mantén a raya la facilidad,
mala
novia, como advirtió J. R.),
que
la emoción es obra
que
el suceso comienza y el esfuerzo termina
cuando
espíritu y cuerpo representan
integridad
y parte, complexión y atavío,
que
la salud es el motor
que
pone en marcha al genio
y,
apretándolo bien,
que
no se escribe, se ama
con
gozo o sufrimiento. Y ese es el corazón.
Si
los dioses te dan esa moneda
échala
a cara o cruz pues mientras gire
caprichosa
en el aire sentirás que has vivido
en
su volar atrabiliario, sentirás
que
tu alma te contempla y reconoce.
(Guarda,
resérvate el muñón
para
escribir con él si un día te enamoras
y
no te corresponden. O si te corresponden,
da
lo mismo, no esperes una rosa
sin
espina). Más o menos así…
y
puesto sigues esperando
como
un lector de sucesos,
como
un lector tenaz de biografías
y
de novelas policíacas
que
te hable de Federico, he de decirte
que
era dulce y amargo,
que
de pronto era el barco que zarpa
levantando
el deseo del agua tranquila
y
de pronto borraba su estela,
que
de pronto comía y nos comía
y
de pronto ayunaba
igual
que si tuviera que adaptarse
a
un sino de silencio
porque
seguro de sí no quería
engañarse
o quizás porque acuerdo no existe
entre
azar y razón
o
porque la alegría proclama que habitamos
el
mejor de los mundos y porque el pesimismo
está
temiendo que lo sea y tenga
que
abandonarlo derrotado.
Y
porque vio en la muerte
que
no existe el amor en su imperio.
Federico
vivía del amor,
estaba
enamorado del amor o de alguien,
necesitaba
lo mismo al milagro
que
al santo y para uno y otro, y para sí,
se
acicalaba y reía y empezaba
a
llorar al notarse las ojeras
iconoclastas,
las arrugas
irreverentes,
una cana
de
avanzadilla, anunciadora
de
uno de sus apocalipsis.
Y
de pronto llenaba su mesita
de
noche de vírgenes y de santos
y
rezaba al demonio sin conciencia
de
haberse contradicho, convencido
de
que iba a ser su víctima, en su beso.
Y
tras reír glotonamente, nerviosamente a carcajadas,
era
su llanto, su inocencia,
su
única defensa contra sí,
su
antirrevolución.
Federico
era un tropel
y
era agua bendita, la que cae de los ojos
porque
está bendecido el sufrimiento.
(Antonio
Hernández. Nueva
York después de muerto.
Madrid,
Calambur, Col. Poesía,
134,
2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario