I
el "soñé que..."
el "soñé que..."
y no se trata de un simple eco,
ni de repetir las últimas palabras
que de una frase suenan
sino del eco sin palabras, sin cosas
del lenguaje;
el eco
que golpea sin ondas: ínfimo,
cotidiano, prodigioso.
II
en este círculo me encierra,
en este otro me libera,
en este círculo me encierra,
no quiere que la muerte cercana se
apodere
de estas bandas de tiza,
y aquí en el sueño están sus palabras
aunque no las reconozca;
aquí aunque no sepa qué dicen,
aquí aunque se posen sobre la función
de un sinsentido equivocado;
pero eso tampoco existe
aquí aunque ya no sea la infancia sino
su límite impreciso
en la lluvia, ahora, en esa borradura
lejana,
el arco iris, en esa banda gris plomo
contra el amarillo vibrante del campo.
Y ella sentadita sigue dibujando rayas,
rayas, círculos,
como si marcara el tiempo de su alegría
en mí,
de su abandono en mí, de su presencia
en
cada movimiento de su mano
pequeñísima en mí,
para alzar con su grafía la letra que
alza hoy
esta ínfima edad para su vocecita
milenaria,
los anillos de un destino del "ya
no sé quién soy",
"en breve ya no sabré
sino apenas lo que miro",
III
más de lo que les hablo sin saber lo
que digo
y otra vez amanece,
otra vez quiero escribir dentro de la
fuerza de un círculo
que un lápiz trémulo dibuja en su
retirada,
y otra vez la luz imperturbable del
alba,
que ya no tiene ruiseñores ni alondras
sino el resto
del deseo en un olvido de palabras,
de nombres incluso,
los más cercanos al horizonte de
esperanza
para que la acción no sea el arte ni la
vida,
ni la vida del arte,
ni una ni otro como membranas del
mundo,
Duramadre, Píamadre y Aracnoides entre
las Parcas
protectoras, que vuelven con este día,
con
este dolor infuso en la claridad
como custodias de mi muerte y
son el vigilámbulo que cabecea,
el vigilámbulo que cabecea.
(Arturo Carrera, “Poemas inéditos”,
en La
Nación, 6 de marzo de 2015)
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