Muerto
pero aún andando, desnudo, recreado en las hojas de fuego, devolviéndome hacia
mi final, pactando con el asesinato, dado al tiempo sin armas, espíritu del
vino, excelente en el sufrimiento, sin títulos como los resucitados, ojo de
huracanes, devorador de sus pies, propenso a falsificar, hermanado con la
muerte mimado, entre vocaciones terrestres, victimario y víctima dentro de un
mismo silencio, avanzando y retrocediendo como dos ríos encontrados en los
ojos, inexistente pero complaciendo la mitad de mi animal, caminando, hablando,
sonriendo, callando, exhibiendo uno de mis rostros, mintiendo, muriendo por la
verdad, con amigos, planificando una manera de vivir, fatalmente mórbido,
inquiriendo del cuadrante solar soluciones a teoremas, abstraído como el que
regresa de su última muerte, dado a confidencias estrictamente increíbles,
rodeado de confesores que señalan con el índice un sitio bajo el sol, nada
nuevo y sin embargo único, sutilmente irrigado por la respiración de mis
ancestros, lastimosamente infértil, juzgado y absuelto en la mañana, juzgado y
condenado a mediodía, juzgado y libertado en la tarde, juzgado y echado a un
buitre en la noche, eximido de oficios difíciles, de mirada abolida, sólo como
regresando de la guerra ileso, frotando mi cuerpo gozosamente contra otro
cuerpo como un animal legítimo y sin embargo desoído, ganado para siempre por
el drama fácilmente soluble pero sin otra salida que una
tormenta, en imperfecta posesión de mis facultades, inseguro como una mujer,
sin partida de nacimiento y ya previniendo mis desapariciones en antesala de
desarraigo, no obstante dueño de deleitables disposiciones, oyéndome a cuatro
silencios por minuto, cansado de andar conmigo, disponiendo mis sucesiones,
nimbado por antiguas auroras, lleno de boscosos rumores, navíos que se van a
pique, resplandores identificados, poderes de seducción, móviles confesos,
alianzas, lúbrico, acostumbrado a las superficies, obsedido por el sexo,
magnetizado por susurrantes sibilas, absorto en discusiones sobre el
significado de las palabras, magnífico de conflictos, profiriendo maldiciones
baldías, verdaderamente, pero verdaderamente agónico, probando siempre, mal
actor, a velas tendidas traficando con especies indefinidas, copiosamente
volcado sobre otro cuerpo, en trabajos grises, en soledad de laureles
delirantes, nada temeroso excepto de tus hilos región aún no exactamente
nombrada, entre callados cardinales, alto sin alegría, no definitivo, triste
pero intrasmisible, paseando cotidianamente mi fantasma, poblado de paisajes
que agonizan de frío, sin saber a qué hora se va a secar el sueño,
desconociendo las pautas del cuadro final, desposado con estatuas de bronce
sembradas por el amor de los mares, platicando, saludando risueño como un
ángel, nutrido por la savia más débil de las edades, suave en modos y a ratos
insoportablemente circunstancial, amante de los días lluviosos y bajeles, mil
veces maldito, a la sombra de años de variada fortuna, siempre como quien oye
su muerte en una calle, engarzado un lunes, arrojado a la playa de regreso un
sábado, diariamente durante la semana durmiendo y amaneciendo con frases sin
sentido (aquel barco dorado, aquel gris regresando, yo quien ha degollado sus
sirenas, verdugo impávido de mis sienes, ya no hay reposo y el fuego vencido)
sin interés en mis alrededores, expuesto a venganza, colgado de garfios sucios
como un ternero.
(Rafael
Cadenas. Los cuadernos del destierro.
Caracas, Tabla Redonda, 1960. Poema en prosa incluido en Obra
entera. Poesía y prosa (1958-1995). Introducción de Darío Jaramillo
Agudelo. Valencia, Pre-Textos, col. La Cruz del Sur, nº 874, 2007)
Concédeme
la humildad de
extraviarme
sin que el ceño
se endurezca.
(Rafael Cadenas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario