No pongas el amor en mis
manos como un pájaro muerto.
(Jaime
Sabines)
I
Leyendo a Tagore pensé en esto
Leyendo a Tagore pensé en esto: la lámpara, la
vereda, el cántaro en el pozo, los pies descalzos, son un mundo
perdido. Aquí están las bombillas eléctricas, los automóviles, el grifo del
agua, los aviones de propulsión a chorro. Nadie cuenta cuentos. La televisión y
el cine han sustituido a los abuelos, y toda la técnica se acerca al milagro
para anunciar jabones y dentríficos.
No sé por qué camino, pero hay que llegar
a esa ternura de Tagore y de toda la poesía oriental sustituyendo a la muchacha
del cántaro al hombro con nuestra mecanógrafa eficiente y empobrecida. Después
de todo, tenemos las mismas nubes, y las mismas estrellas, y, si nos fijamos un
poco, el mismo mar.
A esta muchacha de la oficina también le gusta el
amor. Y entre el fárrago de papeles que la ensucian todos los días, hay hojas
de sueños en blanco que guarda cuidadosamente, recortes de ternuras a que se
atreve en soledad.
Yo quiero cantar algún día esta inmensa pobreza de
nuestra vida, esta nostalgia de las cosas simples, este viaje suntuoso que
hemos emprendido hacia el mañana sin haber amado lo suficiente nuestro
ayer.
II
Tu nombre
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo. Trato
de decir a oscuras todo esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me
mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco,
lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. Digo
tu nombre con todo el silencio de la noche, lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, lo digo
incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer.
III
En serio
Te digo en serio que la muerte no existe. De pronto
lo descubres. Cuando el pedazo de carbón no es más madera quemada sino carbón a
solas, lleno de sí mismo, con su propia vida; cuando la corteza del árbol o la hoja desprendida flota
sobre el arroyo, y la piedra en el fondo junto a los caracoles crece
mansamente; el agua llena de tantas cosas minúsculas, llena de luz, de música,
de insectos destruidos, de zancudos cristianos caminando sobre su superficie;
el agua que se bebe la sombra de los árboles; el ganado a su orilla, las quietas vacas en el viento, el viento
quieto como una transparencia; toda la tarde, todo el concierto, la armonía, el
deslumbrante misterio que estaba allí a tu alcance, tan sencillo y tan simple. Y tú dentro
de todo, con todo en ti mismo.
–Te digo que sólo la vida existe.
(Jaime Sabines. Recuento
de Poemas. 1950 – 1993.
Madrid, Visor, col. Poesía, 853, 2014)
Acabo de desenterrar a mi
madre, muerta hace tiempo.
Y lo que desenterré fue
una caja de rosas: frescas, fragantes,
como si hubieran
estado en un invernadero.
¡Qué raro es todo esto!
(Jaime Sabines)
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