lunes, 25 de junio de 2012

Verano y amor


Entraron dos ancianas parloteando. Florian observó como tomaban asiento y al punto cambiaban de idea y, entre risitas, escogían otra mesa.
     --Pero Ellie… --retomó el tema que la camarera había interrumpido hablándoles de sí misma--. Escúchame…
     --Iré contigo. A donde sea.

(…)

Florian escuchaba, reacio a rendirse a la presión. Ahora sabía que solo y únicamente en un sitio nuevo lograría sacar provecho de los jirones de su fantasía, perfilar sus balbuceos literarios; lo intentaría una y otra vez, pero ¿cómo explicárselo a Ellie? ¿Qué en cualquier ciudad pequeña conseguiría una habitación y un trabajo, y lejos, a salvo, intentaría dejar de amar a Isabella? ¿Cómo podía pronunciar una sola palabra de semejante confesión si, en cambio, podría convertir en una mentira amable la cruel, implacable verdad? ¿Tanto habría costado decir, o al menos haber dicho en el pasado, “Te quiero”?
La camarera volvió e, intuyendo que ocurría algo por el silencio con que la recibieron, se limitó a calcular la cuenta y dejarla sobre la mesa.
     --Hemos tenido nuestro verano, Ellie –dijo con voz queda, y con la mayor delicadeza, negándose a mentir porque el tiempo lo habría contradicho, habría añadido herida a la herida, dolor al dolor, vergüenza  a la vergüenza. La sabiduría inquisitiva del tiempo los castigaría, y sin piedad.
   Se levantaron para marcharse. En la puerta se toparon con personas que entraban, y les cedieron el paso.
     --Sin ti no hay nada –le dijo Ellie.
   Tras enrollar el largo cable eléctrico, el hombre estaba retirando el letrero que anunciaba que el laberinto estaba cerrado. Los saludo con un gesto; los conocía, como la camarera.

(…)

Cuando Florian regresó a Greenane notó que una de las dos sillas que quedaban no estaban en la cocina, pero no se acordaba de haberla movido. Por la ventana divisó a Ellie en el patio.
      --Lo siento –dijo ella cuando él le contó que Jessie había muerto.
   La tierra que había removido con la pala aún se veía húmeda sobre la hierba. Cuando se acercaron, un mirlo salió volando.
     --Creía que la cosecha de vuestros vecinos… --dijo Florian.
   Ellie negó con la cabeza.
     --Ya se acabó –dijo, y agregó--: No podía dejar de venir. No podía.
     --Has llorado, Ellie.
     --Creía que te habías ido. Me daba cuenta de que no, pero aun así, al encontrarlo todo en silencio he pensado que ya habías partido.
     -- Bueno, pues aún no. Estoy aquí.
   Y seguiría allí todo el día, añadió, y el siguiente. La abrazó. Ella dijo que no soportaba pensar en el día siguiente.
     --Ellie…
     --Por favor –susurró--. Por favor. Estoy aquí para ti.

(William Trevor. Verano y amor. Traducción de Victoria Malet. Barcelona, Salamandra, 2011. Imagen: A young couple lying in the grass, 1930 (b/w photo), German Photographer (20th Century) / © SZ Photo / Scherl / The Bridgeman Art Library).

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