Klee: ¿En qué piensas?
Kollwitz: ¿Por qué los hombres sanguinarios son siempre tan mojigatos? ¿Por qué se muestran tan hostiles a la sexualidad y a las imágenes del cuerpo?
Klee: Te refieres al del bigote.
Kollwitz: Tú si que tuviste suerte de irte cuando te fuiste. Yo no fui capaz de decidirme a abandonar mi hogar. Pero volvamos al tema. A ese monstruo y a los que son como él, las ridículas ninfas de Mueller les parecen tan amenazantes como la obra de Kirchner.
Klee: Ferkel Kunst.
Kollwitz: ¿Disculpa?
Klee: Nuestra obra. Así es como la llama él.
Kollwitz: Perdí a mi hijo en la primera guerra y temo perder a mi nieto en ésta. Y todo por un hombre que tiene miedo de su pilila.
Klee: Y de las pililas de los demás.
Kollwitz: Han creado un nuevo departamento, el Comité de Tasación de Arte Degenerado. Les venden nuestras obras a extranjeros. Las han regalado, prácticamente, y han quemado el resto. Quiero que las cenizas de la hoguera se mezclen con mis pinturas.
Klee: Maravillosa idea.
Kollwitz: Imagina cómo deben de oler esas cenizas.
Klee: Ya.
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Ernst Kirchner: Me alegro, no, me siento orgulloso de que esos camisas pardas quemen mis cuadros.
Max Klinger: ¿Qué quieres decir?
Kirchner: Imagina cómo me sentiría si esos monstruos aceptasen mi obra.
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Rothko: Soy un hombre viejo.
Motherwell: No eres tan viejo.
Rothko: Y soy un viejo amargado. Me he aficionado a esta brocha de pintor que encontré. Con ella, los contornos parecen casi etéreos. Curioso, ¿verdad? Una brocha de pintor. Apuesto a que ese diablo de Hitler usó uno parecido cuando era un jovenzuelo repugnante. Y aquí me tienes a mí con la brocha. Tengo todas esas pinturas en polvo y mezclo y vuelvo a mezclar, pero ¿mis colores son de verdad tan distintos? ¿Está la gente harta de mis cuadros? A mí me gustan mis primeras obras. Esto que estoy haciendo ahora me deprime.
Motherwell: El trabajo nos deprime a todos.
Rothko: Bonita homilía en boca de un joven apuesto.
Motherwell: No soy tan joven.
Rothko: Y formal. Lo he advertido. Estoy pensando en suicidarme, pero eso ya lo habrá adivinado, sin duda. Y crees que, de algún modo, entiendes lo que siento. Sí, eres un tipo formal. Tus cuadros dan pena, por supuesto.
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Wilde: Temo por la voz.
Joyce: ¿Qué quieres decir?
Wilde: Adónde va la literatura. Pronto se perderá la voz, y ¿qué nos quedará?
Joyce: Páginas.
Wilde: ¿Y la trama?
Joyce: ¿Qué es la trama, al fin y al cabo? No es más que una forma de anunciar la última página.
Wilde: ¿Has salido a caminar alguna vez durante una tormenta eléctrica cargado con un tubo metálico largo?
Joyce: No.
Wilde: Deberías probarlo.
Joyce: ¿Estás enfadado?
Wilde: No, sólo estoy anunciando la última página.
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D. W. Griffith: Tu libro me gusta mucho.
Richard Wright: Gracias.
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Wittgenstein: ¿Qué hacía Bach cuando lo acuciaban las deudas?
Derrida: No lo sé. ¿Qué hacía?
Wittgenstein: Darse a la fuga.
Derrida: ¿Te refieres a que huía apresuradamente para escapar de las autoridades?
Wittgenstein: Bueno, no me refería exactamente a eso. Era un juego de palabras.
Derrida: Ah, ya lo pillo.
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Pollock: Tú primero.
Moore: No, tú.
Pollock: No, insisto.
Moore: Tú.
Pollock: Tú.
Moore: Como quieras.
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Rothko: Estoy harto de estos malditos rectángulos.
Resnais: ¿No ves que estás trazando los límites físicos del cuadro? Tu aparente empobrecimiento se convierte en una especie de incursión en el arte de la eliminación. El primer plano y el fondo son sus detalles y se neutralizan el uno al otro. Se niegan mutuamente y, cosa extraña, no nos dejan más que con los detalles, que en realidad no están ahí.
Rothko: Muy bien, pero, ¿resumiendo?
Resnais: Que los idiotas los compran.
Rothko: Y ya está, ¿no?
Resnais: Me temo que sí. Mis películas no las ve nadie, y, créeme, eso no las hace mejores.
Rothko: Ni peores, Alain.
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Rauschenberg: Aquí tienes un papel, Willem. Ahora píntame un cuadro. Me da igual lo que pintes o si es bueno o malo.
De Kooning: ¿Por qué?
Rauschenberg: Tengo intención de borrarlo.
De Kooning: ¿Por qué?
Rauschenberg: Eso da igual. A cambio del cuadro te repararé el tejado.
De Kooning: Vale. Creo que utilizaré lápiz, tinta y lápiz graso.
Rauschenberg: Como quieras.
(Cuatro semanas más tarde)
Rauschenberg: Bueno, tuve que gastar cuarenta gomas, pero lo hice.
De Kooning: ¿Hiciste qué?
Rauschenberg: Borrarlo. El cuadro que me pintaste.
De Kooning: ¿Has borrado mi cuadro?
Rauschenberg: Sí.
De Kooning: ¿Dónde está?
Rauschenberg: Tu cuadro ya no existe. Lo que queda es mi borradura y el papel, que era mío, para empezar.
(Le enseña el dibujo a De Kooning)
Rauschenberg: lo has firmado.
De Kooning: ¿Y por qué no? Es mi obra.
Rauschenberg: ¿Tu obra? Mira lo que has hecho a mi cuadro.
De Kooning: Buen trabajo, ¿eh? Borrarlo fue muy pesado. La muñeca todavía me duele. Lo he titulado Dibujo borrado.
Rauschenberg: Muy hábil
De Kooning: Ya lo he vendido por diez de los grandes.
Rauschenberg: ¿Has vendido mi cuadro?
De Kooning: No, yo he borrado tu cuadro. Lo que he vendido es mi borradura.
(Percival Everett. X.
(Título original: Erasure = borradura)
Traducción de Marta Alcaraz.
Barcelona, Blackie Books, 2011).