Pero este no es lugar para las palabras. Cada sílaba que se articula, tan pronto como sale de los libros es apresada, se llena de agua y se desvanece. Este es un lugar en el que los cuerpos cuentan con sus propios signos. Es el hogar de Viernes.
Da vueltas y más vueltas hasta que al fin queda tendido cuan largo es, con el rostro vuelto hacia mí. La piel se adhiere tensa a sus huesos, sus labios se entreabren. Paso un dedo entre sus dientes tratando de hallar una entrada.
Su boca se abre. De su interior, sin aliento, sin interrupción, brota una lenta corriente. Fluye por todo su cuerpo y se desborda sobre el mío; atravieso la pared del camarote, los restos del barco hundido, bate los acantilados y playas de la isla, se bifurca hacia el norte y hacia el sur, hasta los últimos confines de la tierra. Fría y suave, oscura e incesante, se estrella contra mis párpados, contra la piel de mi rostro.
(John Maxwell Coetzee. Foe.
Traducción de Alejandro García Reyes.
Barcelona, Mondadori, 2004)
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