viernes, 10 de septiembre de 2010

Otro Eróstrato (otro más)


Su máximo deseo fue lograr la celebridad y que su nombre se prolongara en el tiempo (este deseo, tan extendido en nuestros días, denota ya cierta merma intelectual, con perdón de quienes se mueven impulsados por ese fin). Y hete aquí que en él nada apuntaba (ningún talento, ninguna acción digna de memoria, nada en lo que sobresaliera) a la consecución de tal desiderátum. Así que a Eróstrato (siglo III a. C.), consciente de ello y no obstante deseoso de renombre e inmortalidad, en la noche del nacimiento de Alejandro Magno (21 julio del 356 a.J.C.), según relata Plutrarco en su biografía de Alejandro (Vidas paralelas. Madrid, Gredos, 1985/1996, dos volúmenes), no se le ocurrió otra cosa que prenderle fuego al Templo de Artemisa (la diosa Diana para los latinos) de la ciudad de Éfeso, destruyendo así una de las obras que entre los antiguos estaba considerada como una de las Siete Maravillas del Mundo. Y aunque se ordenó, como bien nos recuerda don Miguel de Cervantes en El Quijote (capítulo VIII de la Segunda parte), que nadie le nombrase ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo y aún hoy sabemos que se llamaba Eróstrato este grandísimo patán. Y aunque a ojos del mundo ha quedado como lo que fue, es decir, un imbécil, el tal Eróstrato consiguió lo que buscaba, y hasta ha dado nombre a una patología: el complejo de Eróstrato o erostratrismo (definido por el DRAE como manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre). Ciertamente una de las patologías más extendidas de nuestra contemporaneidad. Y, ¿sabrían decirme, sin mirar a la imagen de arriba, quién se ha apuntado últimamente a este modelo o acomplejada moda a que da nombre Eróstrato? Una pista: comparte nombre y apellido con uno de los miembros del grupo humorístico Monty Python (aquel que gustaba de tocar el piano después de quitarse la ropa o fue la inolvidable madre de Brian en La vida de Brian).

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