Una nubecilla que se llueve sobre los muebles y, adormecida, escampa en mi regazo. Un fósforo que me obsequió Belcebú para encender la llama de mi paciencia en los días del cólera y la ira. Un torbellino de nata y moka que devora mis libros, manuscritos y periódicos, las plantas, sábanas y colchones, las sardinas y el pollo al curry, y se bebe mi limonada. Ser tan terrenal como extraterrestre, es la prueba fehaciente, irrefutable, de que hay vida ahí fuera y de que viven entre nosotros. Tiene cuatro párpados y siete vidas. Conoce los ciclos de la luna y desprecia soberanamente la ley de la gravedad (que no existe, como es bien sabido). Inspirador de Bram Stoker y la literatura gótica, para Baudelaire sería un vampiro azucarado. Imparable bola de pelo y fuego, adora bailar al son de las estrellas. Su perfil egipcio se repite por todos los rincones y estancias de mi casa, que es la suya, faraón que pernocta en la pirámide, irrepetible señor de sus dominios. Tan surrealistamente curioso (su cuerpo ya ha digerido el quinto tomo de las Obras Completas de Sidmund Freud, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1972-1975), que cuando duermo me introduce su lengua lijadora en el oído para comprobar la temperatura de mis sueños. Y me desvela, mientras él se queda dormido, y me quedo mirándolo, barquito de azúcar y canela que navega mecido por las aguas de su sueño. Campo de lana, mares repletos de atún y gambas. Él sueña, se está soñando (y yo soy porque me sueña). Eterno partidario del más vale cien pájaros en garra que uno volando, le gustan los Nocturnos de Chopin y los caramelos de clorofila, el olor a hierba fresca y la escalada, el boxeo y el tomate frito, jugar al fútbol y espiar el curso ascendente del humo. Mordisquear este lapicero y saltar sobre mi entrepierna --despertador infalible-- a las cinco de la mañana. Chet Baker. Que le acaricie. Un tango. Hacerme compañía. Mirar por la ventana. El movimiento acompasado de mis manos. Tu fotografía. Puñadito de encendida nieve, algodón con llamas, suavísimo envés de mi áspera acedía, cumple seis meses --yo algunos más-- y no sabe que su regalo de cumpleaños será una compañera, blanca cenicienta de inmensos ojos claros. Ah, se llama Duque, y para muchos sólo es un gato.
miércoles, 21 de marzo de 2007
Duque
Una nubecilla que se llueve sobre los muebles y, adormecida, escampa en mi regazo. Un fósforo que me obsequió Belcebú para encender la llama de mi paciencia en los días del cólera y la ira. Un torbellino de nata y moka que devora mis libros, manuscritos y periódicos, las plantas, sábanas y colchones, las sardinas y el pollo al curry, y se bebe mi limonada. Ser tan terrenal como extraterrestre, es la prueba fehaciente, irrefutable, de que hay vida ahí fuera y de que viven entre nosotros. Tiene cuatro párpados y siete vidas. Conoce los ciclos de la luna y desprecia soberanamente la ley de la gravedad (que no existe, como es bien sabido). Inspirador de Bram Stoker y la literatura gótica, para Baudelaire sería un vampiro azucarado. Imparable bola de pelo y fuego, adora bailar al son de las estrellas. Su perfil egipcio se repite por todos los rincones y estancias de mi casa, que es la suya, faraón que pernocta en la pirámide, irrepetible señor de sus dominios. Tan surrealistamente curioso (su cuerpo ya ha digerido el quinto tomo de las Obras Completas de Sidmund Freud, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1972-1975), que cuando duermo me introduce su lengua lijadora en el oído para comprobar la temperatura de mis sueños. Y me desvela, mientras él se queda dormido, y me quedo mirándolo, barquito de azúcar y canela que navega mecido por las aguas de su sueño. Campo de lana, mares repletos de atún y gambas. Él sueña, se está soñando (y yo soy porque me sueña). Eterno partidario del más vale cien pájaros en garra que uno volando, le gustan los Nocturnos de Chopin y los caramelos de clorofila, el olor a hierba fresca y la escalada, el boxeo y el tomate frito, jugar al fútbol y espiar el curso ascendente del humo. Mordisquear este lapicero y saltar sobre mi entrepierna --despertador infalible-- a las cinco de la mañana. Chet Baker. Que le acaricie. Un tango. Hacerme compañía. Mirar por la ventana. El movimiento acompasado de mis manos. Tu fotografía. Puñadito de encendida nieve, algodón con llamas, suavísimo envés de mi áspera acedía, cumple seis meses --yo algunos más-- y no sabe que su regalo de cumpleaños será una compañera, blanca cenicienta de inmensos ojos claros. Ah, se llama Duque, y para muchos sólo es un gato.
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Fer! nos hemos emociaonado tanto leyendo este poema. ERES GENIAL...no podemos decirte otra cosa...te queremos mucho...
ResponderEliminarSagra Y Elvi