viernes, 2 de febrero de 2024

Mendocianadas

El tiempo pasa con increíble celeridad, y si uno ha sabido enriquecer su entendimiento con lecturas sustanciosas, viajes instructivos y serenas reflexiones, al final recibe la recompensa del sabio, que consiste en comprobar que todo lo aprendido es inútil, toda experiencia es tardía y toda vida es de una vulgaridad sin paliativos. […]

-Mira, hija –prosigue la señora Mendieta-, yo ya soy muy mayor y eso te hará pensar que no entiendo las cosas de los jóvenes porque en mi tiempo todo era distinto y lo que no era distinto ya lo he olvidado. No te engañes. Las cosas nunca han sido distintas, o el mundo no estaría lleno de gente. Y he olvidado muchas cosas, pero otras las tengo presentes como si estuvieran sucediendo en este mismo momento. Así que te voy a dar un consejo. No me harás caso, por supuesto, pero te lo voy a dar de todos modos. Es muy sencillo. No te fíes de los hombres. En este terreno, quiero decir. En otros terrenos los hay buenos, malos y regulares. Pero en éste, todos van a lo mismo. Primero te hacen creer que sólo quieren acostarse contigo, pero, en el fondo, lo que quieren es casarse. Y si te dejas embaucar, estás perdida. Porque los hombres, para un rato, están bien, pero como maridos, son insoportables. Yo estuve casada un montón de años y en rigor no me puedo quejar: mi Adrià era un santo varón; nunca me dio disgustos, siempre fue paciente y dadivoso. Ahora, aburrido a más no poder. Me dirás que en tu caso él es distinto. Por supuesto, todos lo son: cada uno es un desastre a su manera. Antes de conocer a mi marido tuve un novio paranoico; luego otro que parecía normal y resultó que coleccionaba ardillas disecadas.

(Eduardo Mendoza. Tres enigmas para la Organización. Barcelona, Seix Barral, 2024)

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