miércoles, 9 de agosto de 2023

Hay que ser muy hembra

Hay que ser muy hembra para tener hijos sin pedir una epidural. Paridos a gritos y nunca estar del todo segura de que te han quitado un órgano o te han sacado un bebé de las entrañas. Esa incertidumbre amaina, sí, con el tiempo, cuando el bebé crece y te retribuye las ojeras, las estrías, las tetas caídas ya sin esperanza, la piel colgante, el desgarro vaginal, los puntos externos e internos, la violencia de los obstetras que metieron mano y arrancaron sangre de tu sangre y carne de tu carne. Todo ese dolor, toda esa agonía acaba, si, de una vez, cuando tu hijo empieza a sonreír y descubre tus ojos, y te hace sentir importante. Más que eso, te hace sentir que eres, para alguien, la única criatura en la galaxia que se puede homologar con el principio divino, con la teoría de las cuerdas o el big bang.

Hay que ser muy hembra para parir, pero hay que ser más hembra para llegar a la conclusión de que nunca tendrás nada de lo que otras madres conocen desde las primeras horas, desde los primeros días, desde los primeros meses. Y no lo tendrás porque los tres hijos que has traído al mundo no solo se hicieron caca dentro de ti, lo que mal llaman sufrimiento fetal, pero que en realidad no es otra cosa que alegría fecal, un embarrado paulatino del interior de la madre, antigua casa de los fetos, con la más inmunda de las sustancias; no lo tendrás porque tus tres hijos no solo eran cabezones, bebés enormes que obligaron a que te ampliaran la episiotomía dos veces, e incluso uno de ellos se atrevió a más, vino de nalgas; no lo tendrás porque tus tres hijos son tres hijos de puta.

Y eso no indica que seas una mala madre. Lo has intentado todo, incluso quererlos, que a la larga era lo más difícil. Aunque no fueran particularmente lindos ni inteligentes, ni quedaran bien en las fotos ni fueran el resultado de un amor de película, al verlos llegar al mundo te lo prometiste, los voy a amar, me va a dar trabajo, pero aprenderé porque ahora estos niños son míos y ellos me enseñarán lo que es el amor en su esencia más pura, no el amor a la política ni a las medallas, no el amor al Líder Bigotes, no el amor a la tierra donde nacimos y que defenderemos hasta el último hombre, como dictan las consignas, no el amor al país, a esa entelequia sin ojos ni cara de bebé, y aunque el aprendizaje será difícil y largo, ellos estarán a mi lado, y yo seré el mundo para alguien.

Pero claro: estaba equivocada. Hay que ser muy hembra para admitir que los sueños de la maternidad son una utopía. Hay que ser muy hembra para no escupir a los tres pedazos de hijos de puta que se alimentaron de ti, que nunca te sonrieron, que jamás te han querido y que tienen objetivos bien trazados en sus pequeñas vidas de miserables.

Hay que ser muy hembra para llegar a una conclusión semejante: amar a los hijos no es una condición biológica, sino un proceso de aprendizaje que puede verse frustrado ante cualquier circunstancia.

Así que ahora tienes a estos tres zorros, a los tres pichones, a los tres cerditos: Casandra, Caleb y Calia.

Cacasandra, Cacaleb y Cacalia.

En lo único que ha atinado el padre es en el nombre, en la repetición de la primera sílaba, en ese gaguear ridículo que por una vez tiene un propósito: justicia poética.

El que se caga en las entrañas de una madre no tiene perdón.

Hay que ser muy hembra para mirar a los ojos de esos tres cada noche y decirles:

-Buenas noches, cielito Casandra.

Cacasandra, la cerdita hormonal que sueña con templarse a un puente o al Muro de Berlín.

-Hasta mañana, mi ángel Caleb.

Cacabel, Doctor Dolittle en formato ángel de la muerte.

-Hasta mañana, mi chiquitita favorita, Calia.

Cacalia, Da Vinci de pacotilla que tiene la habilidad comunicativa de una placenta.

Y aun después de tanta hipocresía, incluso después de tanto esfuerzo emocional para unir palabra con palabra y que no salga una escupida, hay que ser muy hembra para soportar que los tres hijos de puta no te miren, que no te hablen, que para ellos seas igual de importante que la borra del café.

(Elaina Vilar Madruga. La tiranía de las moscas. 

Sevilla, Editorial Barret, 2023, cuarta reimpresión)

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