Benidorm, sábado, 4 de agosto de 1956
La bahía de Benidorm está salpicada de colores: en la línea
del horizonte, el mar es de un azul oscuro que contrasta con el claro cielo
distante, casi blanco contra la franja oscura de agua. La bahía central de
color, cerca de la orilla, es de un intenso verde pavorreal, y a medida que el
agua es menos profunda aparecen tonalidades amarillentas, hasta que el ocre
claro de la arena da un matiz de un verde ambarino a las olas que rompen en la
orilla misma.
Mar adentro, las abruptas líneas de las crestas blancas
quiebran el azul oscuro del agua. Bajo el sol, las olas centellean y ondulan
como un muaré de seda azul; al acercarse a la costa se encrespan y en el
interior del bucle que forman se adornan de mil burbujas, como un cristal de
ámbar de un verde intenso. Entonces, a unos quinientos metros de la orilla,
rompen en una espuma blanca que se riza, rueda sobre una traslúcida llanura y
se deshace hasta formar una lisa malla blanquecina que se va deshilachando
mientras la ola se alza de nuevo para romper en la costa.
La larga cresta de la ola se desliza como una lava
cristalina en cuya masa líquida se mezclaran y confundieran fragmentos del
color de la arena y el cielo: el ámbar de la arena se tiñe de un azul verdoso. La
ola se alza, se riza a medida que avanza y se desploma en la arena húmeda,
compacta, de la orilla, convertida en un caldo de turbias aguas marrones
ribeteado por una línea de espuma blanca que centellea y brilla al sol. Una fina
sábana de agua transparente se extiende sobre la playa, retrocede lentamente y
desaparece con la llegada de la siguiente ola, reflejando por unos instantes el
cristalino azul del cielo en la arena húmeda.
El aire se llena de los susurros rítmicos de las olas que
empapan la orilla: el azote sordo de cada ola al alcanzar la playa interrumpe
el continuo jadeo de las crestas rompiendo, una tras otras, hasta volverse
espuma; tras el burbujeo regresa aplacada al mar en una confusa estela de agua
que los granos de arena espesan.
Ágil, atravesando los matorrales de la sangre,
el tiempo, como un zorro, hurta el rojo.
(Sylvia Plath. Diarios completos. Traducción de Elisenda Julibert
González. Edición de Juan Antonio Montiel Rodríguez. Madrid, Alba, 2016)
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