Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de
mariposas: Mi madre vino al cielo a visitarme.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz
horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara --en Tu
llanto-- para comenzar todo de nuevo. […]
La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada por no
querer saber lo que es ser joven.
Llevando otro embarazo sobre las largas piernas, me pide
humildemente fechas para una lápida. (1984) […]
Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi
cuerpo. (1984) […]
Soñé que nos hundíamos y que después nadábamos hacia la costa
lentamente y que de nuestras sombras de color verde claro huían los tiburones.
(1978) […]
Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó.
Necesito estar a oscuras, necesito regresar al hombre. No quiero que me toque
la muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No quiero
ser tocado por los sueños. […]
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis aunque comulgué con los
cosacos sentados a una mesa bajo el cielo y los eucaliptus que con ellos se cimbran
estos días bochornosos en que camino hasta las areneras del sur de la ciudad
—el vizcaíno, santa adela, la elisa. (1982) […]
Después íbamos al África cada día de nuevo —antes que nada,
antes de vestirnos— mientras rugían las fieras abajo en el zoológico, subía un
sol sangriento a sus jazmines, y nosotros nos odiábamos, nos deseábamos, gritábamos...
(1978)
Instantes de anestesia, de lento alcohol de anoche todavía
en la sangre de pie de una muchacha desnuda y más dorada que la escoba:
Necesito aferrarme de nuevo a la llanura, al ave blanca del corpiño en la
pileta de lavar, detrás de la estación y entre las casuarinas. (1984) […]
Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar
este aire azul, este cielo encarnizadamente azul, se pueden reventar los vasos
de sangre más pequeños de mi nariz. (1969) […]
Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos
cuando muera el tambor en donde fui formado y hablé con Él —como un niño
borracho— entre sillas caídas, río crecido y juncos.
Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por las
hondas sedas de un pecho de caballo querré internarme, huir, refugiarme en mi
casa de trozos esparcidos de ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién nacido
en el tórrido vientre del silencio. (1985) […]
Dentro de cuatro días llegará a Tu Océano con uno de mis
soldaditos dormido sobre sus labios. Y se dirá, sonriéndome: "Es lo poco
que hace que este hombre iba al centro del sol cada mañana con un puñado de soldados
de plomo. Es lo poco que hace que en el centro del sol, cada mañana, su corazón
era un puñado de soldados de plomo entre gallos".
Dormido sobre sus labios
Pequeño legionario, ¡cuánto viento! Pedacito de plomo,
pedacito de Sahara: Vendrán veranos no obsesivos; pasarán los hijos de mis
hijos. (1978)
Yo puedo hachar todo el día pero no puedo cavar todo el día.
No puedo cavar en ningún lado sin estar esperando que aparezca de pronto un
soldado de plomo entre mis pies desnudos. (1978) […]
Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha
perdido. […]
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un
chorro blanquísimo sepultado en la vena. (1969)
(Hector Viel Temperley: Fragmentos de Hospital Británico de Héctor Viel
Temperley, en Obra
completa. Lecturas Eduardo Milán y Santiago Sylvester. Textos críticos de las ediciones originales de Fernando
Sánchez Sorondo y Enrique Molina. Madrid, Amargord Ediciones, col. Transatlántica,
23, 2013)
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