Llegada la noche, vuelvo a casa y entro en mi escritorio; en
su puerta me despojo de la ropa cotidiana, llena de barro y mugre, y me visto
con paños reales y curiales; así, decentemente vestido, entro en las viejas
cortes de los hombres antiguos, donde acogido con gentileza, me sirvo de
aquellos manjares que son sólo míos y para los cuales he nacido. Estando allí
no me avergüenzo de hablar con tales hombres, interrogarles sobre las razones
de sus hechos, y esos hombres por su humanidad me responden. Durante cuatro
horas no siento fastidio alguno; me olvido de todos los contratiempos; no temo
a la pobreza ni me asusta la muerte. De tal manera quedo identificado con
ellos.
(Nicolás Maquiavelo. El
Príncipe. Traducción de Miguel Ángel Granada. Madrid, Alianza, 1981.
Imagen: Woman Reading by Candlelight
de Peter Vilhelm Ilsted, 1908)
No hay comentarios:
Publicar un comentario