Damos sentido a nuestras teorías científicas sirviéndonos de metáforas
que, en su nivel más profundo, derivan de mitos culturales.
(Brian Goodwin)
Todo está en llamas. Arde el mundo
en la tarde anónima de tu partida.
(Lígdamo)
Cualquier interrogante posee la maternidad de una fisura.
En todas las respuestas hay una fracasada opción hacia la
inercia
que enfunda el argumento con el que las palabras
se atreven
a ir saliendo
en fila
del osario
Él cree en lo difuso.
Es el culpable
y aún no sabe arder.
Lo aprenderá más tarde.
En las líneas en blanco del guión donde se nombran sus
cenizas
una máquina piensa cómo construir las piezas que le faltan.
Solamente la conciencia pone límites.
A veces es la araña la que cae en la tela de la hormiga.
Ni siquiera el disparo de un suicida intenta ser amable con
la diana.
También los agujeros poseen conciencia de sí mismos.
En los interrogantes
arde el centro y arden las orillas pero su cuerpo ignífugo
niega la posibilidad de transformarse.
Formas de consumirse desfilan por delante de unos ojos en
llamas.
La mirada penetra
y hace un hueco en las
brasas.
Por fin vuestro
él y tú y la palabra mundo
sirven para algo menos que el humo de una hoguera.
Idéntica ceniza
para los distintos
nombres de agujero.
(Alejandro Céspedes. Voces en off
Epílogo de Manuel
Martínez-Forega.
Madrid, Amargord
Ediciones, 2016)
La semejanza rota,
y los interrogantes
sobre
la arena de todos los desiertos
resecándose al sol de mediodía.
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