Escúchame,
Señor: mi cólera
aventaja
a la tuya.
Te
suplique no pusieras tu puño entre los amantes.
Te
pedí salvar de plagas a cuantos pudieras.
Te
he rogado mes tras mes
no
sea la ruina de los justos
el
único juguete de tus fines de semana.
Tú
vienes del sueño
como
cualquiera de nosotros
y
tu sonada vocación por la crueldad
no
destruirá las canciones antiguas
ni
la fe de mis amigos
en
tu santidad.
Intenta
oírme, Señor:
has
pecado mucho.
Es
hora de que salgas al balcón
y
nos dirijas unas dulces palabras de consuelo.
(Julián
Herbert. El nombre de esta casa.
México, Conaculta/ Tierra Adentro, 186, 1999)
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