Las aflicciones de la voluntad y aprietos son aquí también inmensos y de manera que algunas veces traspasan al alma en la súbita memoria de los males en que se ve, con la incertidumbre de su remedio. Y añádese a esto la memoria de las prosperidades pasadas; porque éstos, ordinariamente, cuando entran en esta noche, han tenido muchos gustos en Dios y héchole muchos servicios, y esto les causa más dolor, ver que están ajenos de aquel bien y que ya no pueden entrar en él. Esto dice Job (16, 13-17), también como lo experimentó por aquellas palabras: Yo, aquél que solía ser opulento y rico, de repente estoy deshecho y contrito; asióme la cerviz, quebrantóme y púsome como señuelo suyo para herir en mí; cercóme con sus lanzas, llagó todos mis lomos, no perdonó, derramó en la tierra mis entrañas, rompióme como llaga sobre llaga; embistió en mí como fuerte gigante; cosí saco sobre mi piel, y cubrí con ceniza mi carne; mi rostro se ha hinchado en llanto y cegádose mis ojos (16, 13-17).
Tantas y tan graves son las penas de esta noche, y tantas
autoridades hay en la Escritura que a este propósito se podrían alegar, que nos
faltaría tiempo y fuerzas escribiendo, porque sin duda todo lo que se puede
decir es menos. Por las autoridades ya dichas se podrá barruntar algo de ello.
Y para ir concluyendo con este verso y dando a entender más
lo que obra en el alma esta noche, diré lo que en ella siente Jeremías (Lm. 3,
1-20), la cual por ser tanto, lo dice y llora él por muchas palabras en esta
manera: Yo, varón, que veo mi pobreza en
la vara de su indignación, hame amenazado, y trájome a las tinieblas, y no a la
luz. ¡Tanto ha vuelto y convertido su manos sobre mí todo el día! Hizo vieja mi
piel y mi carne, desmenuzó mis huesos; en rededor de mí hizo cerca, y cercóme
de hiel y de trabajo; en tenebrosidades me colocó, como muertos sempiternos.
Cercó en rededor contra mí porque no salga, agravóme las prisiones. Y también,
cuando hubiere clamado y rogado, ha excluido mi oración. Cerrádome ha mis
salidas y vías con piedras cuadradas: desbaratóme mis pasos. Oso acechador es
hecho para mí, león en escondrijos. Mis pisadas trastornó y desmenuzóme, púsome
desamparada, extendió su arco, y púsome a mi como señuelo a su saeta. Arrojó a
mis entrañas las hijas de su aljaba. Hecho soy para escarnio de todo el pueblo,
y para risa y mofa de ellos todo el día. Llenádome ha de amarguras, embriagóme
con absintio. Por número me quebrantó mis dientes, apacentóme con ceniza.
Arrojada está mi alma de la paz, olvidado estoy de los bienes. Y dije:
frustrado y acabado está mi fin y pretensión y mi esperanza del Señor.
Acuérdate de mi pobreza y de mi exceso, del absintio y de la hiel. Acordarme he
con memoria, y mi alma en mí se deshará en penas (Thren 3, 1-20).
Todos estos llantos hace Jeremías sobre este trabajo, en que
pinta muy al vivo las pasiones del alma en esta purgación y noche espiritual.
De donde grande compasión conviene tener al alma que Dios pone en esta
tempestuosa y horrenda noche; porque, aunque le corre muy buena dicha por los
grandes bienes que de ella le han de nacer cuando, como dice Job, levantare Dios en el alma de las tinieblas
profundos bienes y produzca en luz la sombra de muerte (12, 22), de manera
que, como dice David, venga a ser su luz como fueron sus tinieblas (Ps 138, 12)
; con todo eso, con la inmensa pena con que anda penando, y por la grande
incertidumbre que tiene de su remedio (pues cree, como aquí dice este profeta,
que no ha de acabarse su mal, pareciéndole, como también dice David (Sal. 142,
3), que la colocó Dios en las
oscuridades, como los muertos del siglo, angustiándose por esto en ella su
espíritu, y turbándose en ella su corazón (Ps 142, 3), es de haberle gran
dolor y lástima. Porque se añade a esto, a causa de la soledad y desamparo que
en esta oscura noche la causa, no hallar consuelo ni arrimo en ninguna doctrina
ni en maestro espiritual; porque, aunque por muchas vías le testifique las
causas del consuelo que puede tener por los bienes que hay en estas penas, no
lo puede creer. Porque, como ella está tan embebida e inmersa en aquel sentimiento
de males en que ve tan claramente sus miserias, parécele que, como ellos no ven
lo que ella ve y siente, no la entendiendo dicen aquello, y, en vez de
consuelo, antes recibe nuevo dolor, pareciéndole que no es aquél el remedio de
su mal, y a la verdad así es. Porque hasta que el Señor acabe de purgarla de la
manera que él lo quiere hacer, ningún medio ni remedio le sirve ni aprovecha
para su dolor; cuánto más, que puede el alma tan poco en este puesto como el
que tienen aprisionado en una oscura mazmorra atado de pies y manos, sin
poderse mover ni ver, ni sentir algún favor de arriba ni de abajo, hasta que
aquí se humille, ablande y purifique el espíritu, y se ponga tan sutil y
sencillo y delgado, que pueda hacerse uno con el espíritu de Dios, según el grado
que su misericordia quisiere concederle de unión de amor, que conforme a esto
es la purgación más o menos fuerte y de más o menos tiempo.
Mas, si ha de ser algo de veras, por fuerte que sea, dura
algunos años; puesto que en estos medios hay interpolaciones de alivios, en que
por dispensación de Dios, dejando esta contemplación oscura de embestir en
forma y modo purgativo, embiste iluminativa y amorosamente, en que el alma,
bien como salida de tal mazmorra y tales prisiones, y puesta en recreación de anchura
y libertad, siente y gusta gran suavidad de paz y amigabilidad amorosa con Dios
con abundancia fácil de comunicación espiritual. Lo cual es al alma indicio de
la salud que va en ella obrando la dicha purgación y prenuncio de la abundancia
que espera. Y aún, que esto es tanto a veces, que le parece al alma que son
acabados ya sus trabajos. Porque de esta cualidad son las cosas espirituales en
el alma, cuando son más puramente espirituales, que, cuando son trabajos, le
parece al alma que nunca han de salir de ellos, y que se le acabaron ya los
bienes, como se ha visto por las autoridades alegadas; y, cuando son bienes
espirituales, también le parece al alma que ya se acabaron sus males, y que no
le faltarán ya los bienes, como David, viéndose
en ellos, lo confesó, diciendo: Yo dije en mi abundancia: No me moveré para
siempre (Ps. 29, 7).
Y esto acaece porque la posesión actual de un contrario en
el espíritu, de suyo remueve la actual posesión y sentimiento del otro
contrario; lo cual no acaece así en la parte sensitiva del alma, por ser flaca
de aprensión. Mas, como quiera que el espíritu aún no está aquí bien purgado y
limpio de las afecciones que de la parte inferior tiene contraídas, aunque en
cuanto espíritu no se mude, en cuanto está afectado con ellas se podrá mudar en
penas, como vemos que después se mudó David (Sal. 29, 7), sintiendo muchos
males y penas, aunque en el tiempo de su abundancia le había parecido y dicho
que no se había de mover jamás. Así el alma, como entonces se ve actuada con
aquella abundancia de bienes espirituales, no echando de ver la raíz de
imperfección e impureza que todavía le queda, piensa que se acabaron sus
trabajos.
Mas este pensamiento las menos veces acaece, porque, hasta
que está acabada de hacer la purificación espiritual, muy raras veces suele ser
la comunicación suave tan abundante que le cubra la raíz que queda, de manera
que deje el alma de sentir allá en el interior un no sé qué que le falta o que
está por hacer, que no le deja cumplidamente gozar de aquel alivio, sintiendo
ella dentro como un enemigo suyo, que, aunque está como sosegado y dormido, se
recela que volverá a revivir y hacer de las suyas. Y así es que, cuando más
segura está y menos se cata, vuelve a tragar y absorber el alma en otro grado
peor y más duro, oscuro y lastimero que el pasado, el cual dura otra temporada,
por ventura más larga que la primera. Y aquí el alma otra vez viene a creer que
todos los bienes están acabados para siempre; que no le basta la experiencia
que tuvo del bien pasado que gozó después del primer trabajo, en que también
pensaba que ya no había más que penar, para dejar de creer en este segundo
grado de aprieto que estaba ya todo acabado y que no volverá como la vez
pasada. Porque, como digo, esta creencia tan confirmada se causa en el alma de
la actual aprensión del espíritu, que aniquila en él todo lo que a ella es
contrario.
Esta es la causa por que los que yacen en el purgatorio
padecen grandes dudas de que han de salir de allí jamás y de que se han de
acabar sus penas. Porque, aunque habitualmente tienen las tres virtudes
teologales, que son fe, esperanza y caridad, la actualidad que tienen del
sentimiento de las penas y privación de Dios, no les deja gozar del bien actual
y consuelo de estas virtudes. Porque, aunque ellos echan de ver que quieren
bien a Dios, no les consuela esto; porque les parece que no les quiere Dios a
ellos ni que de tal cosa son dignos; antes, como se ven privados de él, puestos
en sus miserias, paréceles que tienen muy bien en sí por qué ser aborrecidos y
desechados de Dios con mucha razón para siempre.
Y así, el alma en esta purgación, aunque ella ve que quiere
bien a Dios y que daría mil vidas por él (como es así la verdad, porque en
estos trabajos aman con muchas veras estas almas a su Dios), con todo no le es
alivio esto, antes le causa más pena; porque, queriéndole ella tanto, que no
tiene otra cosa que le dé cuidado, como se ve tan mísera, no pudiendo creer que
Dios la quiere a ella, ni que tiene ni tendrá jamás por qué, sino antes tiene
por qué ser aborrecida, no sólo de él, sino de toda criatura para siempre,
duélese de ver en sí causas por que merezca ser desechada de quien ella tanto
quiere y desea.
(Juan de la Cruz. “Noche oscura”, en Vida y obras completas de San Juan de la Cruz. Edición crítica,
notas y apéndices de Lucinio Ruano. Biografía de Crisógono de Jesús y Matías
del Niño Jesús. Madrid, BAC, 1971, 6ª ed., páginas 653-655)
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