miércoles, 16 de septiembre de 2015

La herida


Subí de nuevo al tejado, corriendo como si huyera de alguien, y me dejé caer al suelo. Levantando la vista al cielo oscuro, cubierto de nubes de lluvia, no sentí ira ni repugnancia, ni tampoco tristeza; sólo un miedo horrible. No era el temor que podrían inspirar los fantasmas de un cementerio sino más bien el de encontrarse con un dios vestido de blanco en el bosque de cipreses de un santuario sintoísta; uno de los terribles miedos ancestrales que pueden describirse con pocas palabras. A partir de esa noche, me salieron las primeras canas prematuras. Perdí por completo la seguridad en mí mismo, aumentaron mis sospechas hacia el ser humano hasta profundidades inconmensurables, y se destruyeron para siempre todas las esperanzas, toda la alegría y toda la simpatía hacia las personas. De hecho, lo acontecido aquella noche fue decisivo en mi vida. Se me había abierto un tajo entre las cejas, y, a partir de entonces, esta herida me dolía cada vez que tenía que tratar con un ser humano.

(Osamu Dazai. Indigno de ser humano. Traducción de Montse Watkins. Barcelona, Salajín editores, col. al margen, 4, 2015, 4ª edición)

En mi existencia ya no existe la felicidad o el sufrimiento. Todo pasa. Esa es la única verdad en toda mi vida, transcurrida en el interminable infierno de la sociedad humana. Todo pasa.

(Osamu Dazai)

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