Debido a la previsión de mi padre (la había mostrado cuando
abandonamos Viena en 1924), llegué a Estados Unidos en enero de 1940, durante
la falsa guerra. Dejamos Francia, donde había nacido y crecido, sin sufrir
daño. Así que sucedió que no estaba allí cuando gritaron los nombres. No estaba
de pie en la plaza pública con los demás niños, los mismos con los que había
crecido. Tampoco tuve que ver desaparecer a mi padre y a mi madre cuando las
puertas del tren se abrieron de golpe. Sin embargo, en otro sentido, soy un
superviviente, y no estoy intacto. Si con frecuencia pierdo el contacto con mi
propia generación, si lo que me atormenta y controla mis hábitos de percepción
choca a muchas de las personas a quienes debería estar unido y con quienes
debería trabajar en mi mundo presente, un mundo que ellas consideran
remotamente siniestro y artificial, es debido a que el negro misterio de lo que
ocurrió en Europa es a mis ojos inseparable de mi propia identidad.
Precisamente porque no estaba allí, porque un golpe de buena fortuna arrancó mi
nombre de la lista.
(George Steiner. Lenguaje
y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano.
Traducciones de Miguel Ultorio, Beatriz Eguibar y Tomás Fernández Aúz.
Barcelona, Gedisa, 2003)
No hay comentarios:
Publicar un comentario