Recuerdo muchas cosas con desagrado, sin embargo... ¿no
será mejor finalizar aquí estas «Memorias»? Creo que fue un error escribirlas.
En todo caso no he dejado de sentir vergüenza mientras escribía este relato;
será que se trata más de un castigo correctivo que propiamente de literatura.
Puesto que contar, por ejemplo, largas historias sobre cómo malgastaba yo mi
vida pudriéndome moralmente en un rincón a causa de mis pocos medios, la
pérdida del contacto con las cosas vivas y la vanidosa maldad del subsuelo, ¡lo
juro por Dios, que es muy poco interesante! En una novela tiene que haber un
héroe, y aquí se reúnen a propósito todos los rasgos de un antihéroe, y
lo que es más importante aún, que todo eso produce una sensación de lo más
desagradable, dado que hemos perdido la costumbre de vivir, y el que más o el
que menos, cojeamos todos. Hasta tal punto estamos desligados de la vida, que
hasta sentimos aversión hacia la auténtica “vida viva” y no soportamos que
nadie nos la recuerde. Hemos llegado al extremo de tomarla por un trabajo, como
si de un servicio se tratara, y en nuestro fuero interno nos persuadimos de que
es mucho mejor vivir de acuerdo a los libros. ¿Y qué andamos frecuentemente
escarbando por ahí, de qué nos encaprichamos, y qué es lo que pedimos?. No lo
sabemos ni nosotros mismos. Y todavía sería peor para nosotros si se cumplieran
todos nuestros deseos y caprichos más remotos. ¡Inténtenlo, ofrézcannos más
autonomía, desaten las manos a cualquiera de nosotros, amplíen el campo de nuestras
actividades, debiliten la influencia de la tutela, y... les aseguro, que al
instante pediríamos ser nuevamente protegidos por la tutela. Sé que ustedes
probablemente se enfaden conmigo y griten dando patadas al suelo: “¡Hable usted
de sí mismo y de sus miserias del subsuelo, pero no me estoy disculpando con
esta generalización. Respecto a mi, he de decir, que he llevado hasta el
extremo aquello que ustedes no se han atrevido a llevar ni a mitad del camino,
y por si fuera poco, toman por cordura
su propia cobardía y se tranquilizan engañándose a sí mismos. ¡Hasta resulta
posible que esté yo más “vivo” que todos ustedes! ¡Vayan con más cuidado! ¡Ni
siquiera sabemos en qué consisten las cosas vivas, ni qué es lo vivo, ni qué
nombre tiene! ¡Déjenos solos y sin libros, y al momento nos extraviaremos, nos
perderemos, no sabremos qué hacer, ni a dónde dirigirnos; qué amar y qué odiar,
qué respetar y qué despreciar. Nos pesa ser hombres, hombres auténticos, de
carne y hueso. Nos avergonzamos de ello,
lo tomamos por algo deshonroso y nos esforzamos en convertirnos en una nueva
especie de seres omnihumanos. Hemos nacido muertos y hace tiempo que ya no
procedemos de padres vivos, cosa que nos agrada cada vez más. Le estamos
cogiendo gusto. Pronto inventaremos la manera de nacer de las ideas. Pero por
ahora basta; no quiero escribir más “desde el subsuelo”.
(Fiódor Dostoyesvki. Memorias del subsuelo. Edición y traducción de Bela Martinova. Madrid, Cátedra, col. Letras Universales, 344, 2003. Imagen: Dostoyevskaya, estación de metro de Moscú)
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