Una
mañana, mientras descansaba entre las paredes de una vieja casa para
peones camineros, escuchó el tamborileo de la lluvia sobre la chapa
caída. Bajo el dintel desportillado asistió al insólito
espectáculo que se desarrollaba sobre la Tierra. El cielo repleto de
nubes grises en medio de la mañana y una luz transparente que
perfilaba los objetos, otorgándoles una nitidez que no recordaba.
Las gotas gruesas que se partían contra el suelo polvoriento y que
no penetraban en él. Entró en la casa y salió de nuevo con la orza
bajo el brazo. Caminó unos metros frente a la fachada y dejó el
recipiente en el suelo. Luego volvió a la puerta y allí permaneció
mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios afloja por un rato las
tuercas de su tormento.
(Jesús
Carrasco. Intemperie.
Barcelona,
Seix Barral, 2013)
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