A Mario Parajón
y Moisés Rodríguez,
los amigos muertos.
(Recupero, con una mirada que creía perdida y no sin cierta cobardía e impotencia, fragmentos de un largo poema inacabado, e inacabable, de no sé ya qué tiempo o contratiempo, qué lugar o contralugar. Frente a la muerte, temprana siempre por inesperada, de un amigo, quedan sólo el llanto y el silencio. Dos armas cargadas de pasado y sin porvenir ninguno. Frente a la muerte de dos amigos, nada queda. O apenas nada. Tal vez la rabia que en su extrañeza nos impide escribir la palabra adiós; las palabras no, nadie, nada, nunca, sobre los muros en sombra de la vida. Y dejarse caer, fría, plácidamente, del otro lado de la ventana, pues no ser en el (no)lugar que ahora ellos habitan es quizá --y sé por qué lo digo-- un asesinato del que cabe nunca nadie me absuelva):
viven entre nosotros
las voces de los muertos
hablan para no hablar
hablan para no poder hablar
hablan para no tener que hablar
más
entre nosotros
las voces viven
de los muertos
dicen palabras de barro
y luminosas
dicen palabras de sombra
y lluvia
no dicen palabras
la muerte no existe
o todo es muerte
y todos muertos
porque estamos muertos
desde antes
y para siempre de morir
porque antes
de vivir nacemos
muertos
y no vivimos
y no morimos
porque muerte somos
y absurda duración
y sorda tregua
qué ingenuidad la del asesino
y qué crueldad como de niño
y qué cruelísima ingenuidad
la de asesino (dolor dolor
mas nunca muerte nunca muertos)
torpe es el arte del asesinato
oficial compendio de suciedades
mancha rubricada el asesinato
qué torpe es si no es la mano
alzada contra uno mismo
contra uno mismo alzada
a esa hora de cuerpos infectos
en lechos infectos y cerrojos
a esa hora en que estertóreo
el mundo pende de un hilo
como un lebrel ahorcado
sólo es hermosa la vida si acabada
sólo es hermosa si hay cumplimiento
vivimos de tramos secuencias circos
para no vivir en círculo vivimos
(...)
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