lunes, 2 de marzo de 2015

Sin afuera


Sin afuera. La conciencia extrema desemboca en obsesión: es opresión, aplastamiento contra un muro. Mismidad opaca que atrapa al yo. La conciencia extrema es la conciencia de la imposibilidad de salida […]. Y ése es el infierno: cuando no hay salida ni nada que hacer, cuando lo que hay es yo y solo yo, cuando no hay diferencias ni percepciones nuevas sino la amargura del siempre lo mismo. Nada puede cambiarse. Nada varía. […] No hay lugar para el olvido porque el condenado vive en el eterno presente del dolor. Nada pasa. Nada cura. Nada puede ser superado. Locura del ahora. Imposibilidad de cicatrización.

(Ana Carrasco Conde. Infierno horizontal. Sobre la destrucción del yo. Madrid, Plaza y Valdés. 2012, págs. 98-99)

2 comentarios:

  1. Quizá lo problemático sea creer que tenemos una conciencia extrema. La humildad es utilísima, al menos desde mi humilde vivencia. Y si ese yo que dice no encontrar diferencias se destruye a sí mismo, puede que todo lo vea destruido. De todos modos, cuando algo nace, siempre hay destrucción de otra cosa y dolor. Y en esa violencia sí encontramos belleza y gozo y gratitud por ello.
    Saludos, poeta.

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  2. Ciertamente, recuerdo la lucidez en algunas de las cartas últimas del paciente Vincent dirigidas a su hermano Théo van Gogh: “La humildad me conviene, después de la experiencia de los ataques repetidos. Por lo tanto no pierdo la paciencia”. (Cercano estaba ya aquel día de julio de 1890 en que perdería la paciencia enteramente).

    Con todo, la humildad (al margen de situaciones en las que es exigida, o cuando menos es “bien vista”; verbi gratia: Fulanito está forrado pero es muy “humilde”, léase “se hace selfis con el vulgo cuando en el pueblo es día de fiesta”) es considerada desde afuera como una emoción, corporal incluso, que denota pusilanimidad, debilidad y aun sometimiento voluntario. En suma, una actitud socialmente censurable, condenada por el juicio dominante.

    No sabría decir hasta qué punto puede extremarse nuestra conciencia. Otro suicidario, Jean Améry, en "Levantar la mano sobre uno mismo", decía que la sociedad --ese Otro, que es el infierno-- preocupa a nuestra conciencia incluso cuando ya hemos renunciado al sentido de la vida y a los imperativos del ser. Su subjetividad aniquila a la nuestra. Su simple mirada es otra forma de asesinato…

    Y en este país de todos los demonios que llamamos España la humildad no se le perdona ni al mismísimo Cristo.

    Un saludo,
    mi querido lector, mi semejante

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