ah esas muchachas a las que les apasiona Sylvia
Plath
porque fue capaz de hacer lo que ellas no harán
nunca
(no me refiero a escribir atropelladas metáforas del
miedo a amarse un poco
sino a suicidarse)
y esos muchachos que imitan a Bukowski
(no me refiero a escribir poemas descosidos sobre su
propia miseria
sino a emborracharse muy seguros de que un día
alguien los sacará de su propia miseria)
y los Rimbaud de barrio bajo
que ya que no pueden traficar con armas y dejar de
escribir poemas
escriben poemas y se masturban fantaseando
con un cirujano del desierto que les amputa una
pierna
y cuánto Lautréamont de barrio alto
a los que les encantaría tener un asomo de fuerza
para quitarse la jeringuilla del brazo
y escribir con propia sangre algún verso asesino
ah los maiakovskis de las discogrescas
dando mamporros a diestro y siniestro y abriendo
cejas
y magullando pómulos y recibiendo alguna vez un
cabezazo,
con las narices rotas y felices,
puestos en pie para decir revolución
y los tiernos mancebos tristes que vallejan,
gildebiedman o gamonedan,
o hacen tintinear las monedas musicales de Machado
y escriben ironías sentenciosas sin haber perdido
nada todavía
y hacen melancolía fugitiva de su tedio
a todos os envidio por tener
aquello que perdí ya para siempre:
la ciega confianza en que escribir
es un modo de engrandecer la vida
la confianza ciega en que vivir
no es nada si luego no sirve para caer de bruces
en un poema
(Juan Bonilla. Hecho en falta (Poesía
reunida).
Madrid, Visor, 2014)
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