domingo, 12 de octubre de 2014

Los poetas malditos


ah esas muchachas a las que les apasiona Sylvia Plath
porque fue capaz de hacer lo que ellas no harán nunca
(no me refiero a escribir atropelladas metáforas del miedo a amarse un poco
sino a suicidarse)

y esos muchachos que imitan a Bukowski
(no me refiero a escribir poemas descosidos sobre su propia miseria
sino a emborracharse muy seguros de que un día
alguien los sacará de su propia miseria)

y los Rimbaud de barrio bajo
que ya que no pueden traficar con armas y dejar de escribir poemas
escriben poemas y se masturban fantaseando
con un cirujano del desierto que les amputa una pierna

y cuánto Lautréamont de barrio alto
a los que les encantaría tener un asomo de fuerza
para quitarse la jeringuilla del brazo
y escribir con propia sangre algún verso asesino

ah los maiakovskis de las discogrescas
dando mamporros a diestro y siniestro y abriendo cejas
y magullando pómulos y recibiendo alguna vez un cabezazo,
con las narices rotas y felices,
puestos en pie para decir revolución

y los tiernos mancebos tristes que vallejan, gildebiedman o gamonedan,
o hacen tintinear las monedas musicales de Machado
y escriben ironías sentenciosas sin haber perdido nada todavía
y hacen melancolía fugitiva de su tedio

a todos os envidio por tener
aquello que perdí ya para siempre:
la ciega confianza en que escribir
es un modo de engrandecer la vida

la confianza ciega en que vivir
no es nada si luego no sirve para caer de bruces
en un poema

(Juan Bonilla. Hecho en falta (Poesía 
reunida). Madrid, Visor, 2014)

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