Cuando un individuo muere, su
alma deja el cuerpo donde residía, y una vez que el duelo se ha cumplido, se
dirige al país de las almas; pero, al cabo de un cierto tiempo, vuelve a
encarnarse de nuevo y estas reencarnaciones dan lugar a las concepciones y a
los nacimientos. Estas almas fundamentales son las que, en el origen mismo de
las cosas, animaban a los antepasados, fundadores del clan. En una época, más
allá de la cual la imaginación no se remonta y que se considera como el primer
comienzo de los tiempos, existían seres que no derivaban de ningún otro. El
aranda los llama, por esta razón, los Aljirangamitjina, los increados,
aquéllos que son eternos, y, según Spencer y Gillen, daría el nombre de Alcheringa
al período en que se cree que han vivido estos seres fabulosos. Organizados
en clanes totémicos, como los hombres de hoy, pasaban su tiempo en viajes
durante los cuales llevaban a cabo toda suerte de acciones prodigiosas cuyo
recuerdo perpetúan los mitos. Pero llegó un momento en que esta vida terrestre
terminó aisladamente o por grupos, se hundieron en el suelo. Sus cuerpos se
trocaron en árboles o en piedras que se ven aún en los lugares donde se cree que
han desaparecido bajo la tierra. Pero sus almas duran siempre; son inmortales.
Hasta continúan frecuentando los lugares donde se ha terminado la existencia de
sus primeros huéspedes. Estos lugares tienen, por otra parte, en razón, de los
recuerdos que se relacionan con ellos, un carácter sagrado; allí se encuentran
los oknanikilla, esas especies de santuarios donde se conservan las churingas
del clan y que son como los centros de los diferentes cultos totémicos. Cuando
una de las almas que yerran alrededor de uno de estos santuarios se introduce
en el cuerpo de una mujer, resulta una concepción y, más tarde, un nacimiento.
Cada individuo se considera pues como un nuevo avatar de un antepasado
determinado: es este mismo antepasado, reaparecido en un cuerpo nuevo y bajo
nuevos rasgos. Ahora bien, ¿cómo eran estos antepasados?
(Émile Durkheim. Las formas elementales de la vida religiosa.
Traducción de Ana Martínez Arancón. Madrid, Alianza Editorial, col. El
Libro de Bolsillo (Sección Ciencias Sociales), nº 6241, 2013)
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