El olmo verde
con su única gran rama de oro
deja caer las
hojas sobre la hierba, una por una,
la hierba
corta de la colina, las setas pequeñas y lechosas,
campánula y
escabiosa y tormentilla,
ante las que
la zarzamora y la aulaga, en el rocío y el sol,
se inclinan; y
el viento viaja demasiado ligero
para dejar
caer las hojas de abedul que hay en el helecho;
las telarañas
campan a su libre albedrío.
Las ardillas
regañan los pasos menos ligeros que los de un pájaro.
La rica escena
se ha vuelto fresca de nuevo y nueva
como la
primavera y al tacto no es más refrescante
que cálida
para la mirada; y ahora podría
ser tan feliz
como es la tierra tan hermosa,
si yo fuera
otro distinto o si con la tierra pudiera
alternar entre
la violeta y la rosa,
entre la
campánula y el galanto, cuando es su momento,
y entre la
aulaga que no tiene tiempo para ser feliz.
Pero si esto
no es felicidad, ¿quién sabe?
Algún día
consideraré este día un día feliz,
y este estado
de ánimo con el nombre de melancolía
ya no se
ensombrecerá ni se oscurecerá.
(Edward Thomas. Poesía completa. Traducción e introducción de Ben Clark. Ourense,
Linteo, 2012. NOTA: Cuando su amiga Eleonor Farjeon le preguntó al recién
alistado Edward Thomas por qué luchaba, se agachó y, agarrando un puñado de
tierra, dijo severamente: “literalmente, por esto”. Escrita en sólo dos años,
previos a su muerte en combate, la obra poética de quien fue el mejor amigo de
Robert Frost se erige hoy como un singular testimonio de una época y de un paisaje
que, tras la Gran Guerra, nunca regresarían. La Poesía completa de Edward Thomas es una experiencia fascinante y
misteriosa, obra de quien Philip Larkin definió como “el padre de todos
nosotros”.)
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