(Mr. Sony o el cansado de sí mismo, 19-02-2011)
Uno vuelve con su luz ganada,
con docenas de naranjas
arrancadas entre la niebla de los poblados
del sur, con un manojo de asuntos
más o menos resueltos
y de pronto, cuando se llega de nuevo
a la ciudad que a finales de mayo
nos vio partir,
cuando por un par de semanas
se había dejado de ser el muy lejano,
el precario, el ajeno a los jardines,
esa victoria mínima y un tanto ebria
que se sentía fluir en las venas
en una delgada corriente, tibia y mansa
como de miel derretida que aún reflejaba
el resplandor metálico de las lejanas refinerías,
al llegar, repito, sin previo aviso
toda esa fugitiva felicidad se desvirtúa,
se deshace entre la arena ávida de los días
y sólo queda su humedad
ineficaz, dolorosa, debatiéndose
sobre la porosa superficie
del presente.
(Ramón Cote Baraibar.
Los fuegos obligados.
Madrid, Visor, 2009).
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