lunes, 25 de mayo de 2009

José Miguel Ullán (30 de octubre de 1944 -23 de mayo de 2009)

En la noche risueña del destierro, libre ya de la ley y del instinto, un charco de agua clara me detuvo. Mojo el dedo cordial trazando un círculo y su humedad al paladar le encasca.
Llora, porque toda mirada entraña error. Mas los andrajos, horca, palio y cruz no morián por este llanto. Mejor, fulgir a solas y rezar en balde. ¿Como el topo? Así: dueño de la penumbra y de su asfixia. Hablando por hablar. A ciegas. Ojo del corazón, quema el paisaje.
Persistente, la rosa. Esclavos somos de raíz. Rosa hedionda, zozobra y estupor de la mordaz melancolía. A la fosa nasal llama la Historia con sus inciensos categóricos. Corre el verso al runrrún del sacrificio, de mar a mar y seductor. ¡Musa servil! Sobre tu altar, un huracán de esperma.
El sordo dios: la carcajada inmóvil. Murmullo de otra luz será tu fe. Aléjate de la expresión forzada o del silencio amilanado. Oye tan sólo la armonía neutra de lo indeciso e indomable. Deja abierta la puerta más sumisa. Esa ignorancia zumbará en tu oreja. Fraternalmente.
Si la mano va y pierde la cabeza y, en un doble ademán de supresión, rompe la flecha y borra el blanco, ciérrase luego sobre el gran reloj, sangra y se ofrece al vilipendio abyecto, nada esperes que iguale esta pasión, Teoría. A todo lo demás diles que bueno.
(Ardicia. Antología poética, 1964-1994.
Edición de Miguel Casado. Madrid, Cátedra, 1994)

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