El viento se cuela por la chimenea produciendo terribles e inarmónicos silbidos y el humo revoca llenando la habitación de una atmósfera difícil de respirar. Es una escena habitual en los pueblos algunos días del crudo invierno, a pesar de que el fuego ya no es una necesidad; es más un elemento nostálgico, una forma de no romper definitivamente con viejas costumbres y antiguas necesidades encaminadas a desentrañar la magia de esas figuras inaprensibles… Descubrir la canción del viento en la chimenea, imaginar su paso agresivo por los surcos del rastrojo mientras la lumbre va dejando rastros de pavesa en la ropa y picores en los ojos. Las leyendas nos hablan de una historia inquietante, una historia que cuenta que aquellos que consiguen entender la canción del viento son candidatos seguros a la locura.
"Aún no pongáis las manos junto al fuego. Refresca ya, y las mías están solas; que se me queden frías. Entonces qué rescoldo, qué alto leño, cuánto humo subirá, como si el sueño, toda la vida se prendiera. ¡Rama que no dura, sarmiento que un instante es un pajar y se consume, nunca, nunca arderá bastante la lumbre, aunque se haga con estrellas! Este al menos es fuego de cepa y me calienta todo el día.
Manos queridas, manos que ahora llego casi a tocar, aquella, la más mía, ¡pensar que es pronto y el hogar crepita, y está ya al rojo vivo, y es fragua eterna, y funde, y resucita aquel tizón, aquel del que recibo todo el calor ahora, el de la infancia! Igual que el aire en torno de la llama también es llama, en torno de aquellas ascuas humo fui. La hora del refranero blanco, de la vieja cuenta, del gran jornal siempre seguro. ¡Decidme que no es tarde! Afuera deja su ventisca el invierno y está oscuro. Hoy o ya nunca más. Lo sé. Creía poder estar aún con vosotros, pero vedme, frías las manos todavía esta noche de enero junto al hogar de siempre. Cuánto humo sube. Cuánto calor habré perdido. Dejadme ver en lo que se convierte, olerlo al menos, ver dónde ha llegado antes de que despierte, antes de que el hogar esté apagado."
qué bonitas fotos,parece que estuvieras en el paraiso.besos
ResponderEliminarEl viento se cuela por la chimenea produciendo terribles e inarmónicos silbidos y el humo revoca llenando la habitación de una atmósfera difícil de respirar. Es una escena habitual en los pueblos algunos días del crudo invierno, a pesar de que el fuego ya no es una necesidad; es más un elemento nostálgico, una forma de no romper definitivamente con viejas costumbres y antiguas necesidades encaminadas a desentrañar la magia de esas figuras inaprensibles… Descubrir la canción del viento en la chimenea, imaginar su paso agresivo por los surcos del rastrojo mientras la lumbre va dejando rastros de pavesa en la ropa y picores en los ojos.
ResponderEliminarLas leyendas nos hablan de una historia inquietante, una historia que cuenta que aquellos que consiguen entender la canción del viento son candidatos seguros a la locura.
Vicente
"Aún no pongáis las manos junto al fuego.
ResponderEliminarRefresca ya, y las mías
están solas; que se me queden frías.
Entonces qué rescoldo, qué alto leño,
cuánto humo subirá, como si el sueño,
toda la vida se prendiera. ¡Rama
que no dura, sarmiento que un instante
es un pajar y se consume, nunca,
nunca arderá bastante
la lumbre, aunque se haga con estrellas!
Este al menos es fuego
de cepa y me calienta todo el día.
Manos queridas, manos que ahora llego
casi a tocar, aquella, la más mía,
¡pensar que es pronto y el hogar crepita,
y está ya al rojo vivo,
y es fragua eterna, y funde, y resucita
aquel tizón, aquel del que recibo
todo el calor ahora,
el de la infancia! Igual que el aire en torno
de la llama también es llama, en torno
de aquellas ascuas humo fui. La hora
del refranero blanco, de la vieja
cuenta, del gran jornal siempre seguro.
¡Decidme que no es tarde! Afuera deja
su ventisca el invierno y está oscuro.
Hoy o ya nunca más. Lo sé. Creía
poder estar aún con vosotros, pero
vedme, frías las manos todavía
esta noche de enero
junto al hogar de siempre. Cuánto humo
sube. Cuánto calor habré perdido.
Dejadme ver en lo que se convierte,
olerlo al menos, ver dónde ha llegado
antes de que despierte,
antes de que el hogar esté apagado."
(Claudio Rodríguez)
Un abrazote, Vicente