lunes, 30 de marzo de 2009

Esa visible oscuridad


Odio a mí mismo. Sensación de ser nada. La oscuridad me invadía tumultuosamente. Terror y enajenación. Sofocante ansiedad. Lentitud, semiparálisis. Confusión. Fallos de memoria. Desgobierno de mí mismo. Cerrada toda respuesta placentera al mundo viviente. Dolor indescriptible que no comprendía. Ahogamiento, asfixia. Monosilábico. Desvalido estupor. Zombie. Mi mente era como una antigua central telefónica que se iba quedando inundada por la crecida: uno tras otro, los circuitos normales se anegaban. Pegado a un lecho de clavos. Extraña sensación de fragilidad, como si mi cuerpo se hubiera vuelto deleznable, hipersensible, desarticulado y torpe. Sentía el horror como una niebla compacta y venenosa. Inmensa y dolorida soledad. Incapacidad para concentrarme. Tormenta de tinieblas. Deseo sexual desaparecido. Los alimentos, sin sabor. Noches de desvelo. Intenso suplicio. Agotamiento. Sentimiento de pérdida. Miedo intenso al abandono. Desesperación: la diabólica desazón de hallarme encerrado en un cuarto bárbaramente sobrecalentado, como una caldera en la que no circula el menor soplo de aire. Pensamientos de muerte soplaban por mi mente como heladas ráfagas de viento. Falta de fe en el rescate, en el final restablecimiento. (...)

Debido a mi rechazo a aceptar mi deterioro, no había buscado auxilio terapéutico mientras mi trastorno se intensificaba. Pero sabía que no podía demorar la confrontación indefinidamente, así que empecé una terapia. Para descubrir la causa de la espiral descendente de la depresión, debe uno indagar más allá de la crisis manifiesta. Muchos han dado testimonio de que la depresión no es invencible. Yo retorné del abismo, salí de las negras profundidades del infierno y emergí por fin al claro del mundo. Allí, recobré el don de la serenidad y la alegría, y esto quizá sea reparación suficiente por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación.
(William Styron. Esa visible oscuridadMemoria de la locura. Traducción de Salustiano Masó. Barcelona, Grijalbo, 1980)

1 comentario:

  1. Cuando conocemos (aunque sea de vista) a la felicidad descubrimos que es más dañina la pequeña rutina cotidiana que perseguir el sueño que se ríe de nosotros, que tener las cosas y vivirlas no es lo mismo, que un poco que valga la pena es mucho si se deja ver de vez en cuando.
    Es como una mujer -para nosotros los hombres vale la metáfora- descubierta, con la que queremos estar pero no tener -porque estas cosas tan bonitas nunca se tienen, se disfrutan-, y con vida propia, alegre como nos hace sentir.

    Felicidad, no se puede decirte que no -y quién seria tan tonto como para eso-, y saborearte es añorarte, e inevitablemente poder perderte, y cargar con tu recuerdo. Porque todo tiene dos caras por lo menos, no hay luz sin oscuridad.
    Y tienes ese poder por el que siempre vale la pena llegar al día siguiente, porque podrá ser tu día y entonces el mío, y eso es lo que no puede ser contado -¡aunque puede intentarse! mmm

    Mata más gente el tabaco que los aviones, (tururú tururú)
    y he perdido el miedo a volar, (taaaraaaraaará)
    y enciendo la faria de las grandes ocasiones
    en las nubes tengo un “Bemeuve”,
    una “Pleiestetion” tu foto y un par de postales,
    sigue escribiendo donde quiera que tú estés.

    Felicidad, que bonito nombre tienes (tarará tarará)
    Felicidad, vete tú a saber dónde te metes (tarará tarará)
    Felicidad, cuando sales sola a bailar
    te tomas dos copas de más y se te olvida que me quieres. (tarára)

    Nada mas verte le dije a mi sentido común (tururú tururú)
    que no me esperara levantado (taaaraaaraaará)
    y al volver a casa una nota en el “livinrum”
    un adiós en los morros y desde entonces duermo solo
    finito, acabado, caramba
    y pagando los recibos de la luz.

    Cuando menos lo esperaba de pronto un día
    a mi puerta llamó la alegría
    y resulta que tenía tu carita
    y resulta que estabas tan rica
    y devoré tu piel, tu carne y tus espinas,
    y rebañé, to el suco, suco, suco, y rebañé.

    Desde entonces en verano nunca pido ensaladilla
    ni antes de dos horas de digestión me tiro al mar
    he dejado de abusar del tabaco, del café,
    del tinto y del prozac,
    pura Felicidad.

    Y toda historia tiene moraleja, que la felicidad sea libre de entrar y salir en mi vida no quiere decir que yo no pueda cortejarla, hacerle un hueco, facilitarle el trabajo. Porque al final no es nada del otro mundo, aunque le de sentido al nuestro.

    ---------------------------------

    Lo he encotrado en el interné. Creo que es adecuado.

    Un saludo Fernando.

    Viva la vida.
    Las meteduras de pata.
    Y los amigos para perdonarlas.

    Quedamos el viernes los 3.

    Roma arde mientras Nerón toca la lira.



    Javi

    ResponderEliminar