miércoles, 25 de febrero de 2009

Cuento para niños



Érase una vez un pobre niño que no tenía padre ni madre. Todos se le habían muerto y echó a andar y lloraba día y noche. Y como no había nadie más en el mundo quiso ir al cielo, y la luna le miraba cariñosa, y cuando por fin llegó a la luna, era un trozo de madera podrida, y entonces se fue al sol, y cuando llegó al sol, era un girasol marchito, y cuando llegó a las estrellas eran pequeños mosquitos dorados que estaban prendidos con alfileres como el alcaudón los prende del endrino, y cuando quiso volver a la tierra, la tierra era una bacina volcada, y se sentó allí y se puso a llorar y todavía está sentado allí completamente solo.
(Georg Büchner. Woyzeck.
Trad. de José Luís Cerezo.
Madrid, Cátedra, 1999)

4 comentarios:

  1. “... Y lloraba. Lloraba de miedo porque oscurecía.
    -¡Ven!-. Lloraba porque los árboles se quitaban los guantes para descansar y los dejaban sobre las lagartijas, mientras las manos abiertas se secaban al aire. Lloraba porque es el momento de llorar, porque ningún momento es mejor que cuando el viento se oscurece y las nubes se azaran de ser agua tendida. Lloraba... ”
    (María Teresa León. "Rosa – Fría, patinadora de la Luna")

    Vicente

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  2. "Árbol claro y cielo verde,
    una fragancia africana humedece el agua;
    con un olor a alheña de mar te conocimos
    y te pusimos nombre:
    Basora, ciudad nuestra.
    A ti vinimos a aprender cómo las setas
    nacen diseminadas entre las sombras y las palmeras;
    a aprender la llamada a la oración los días de fiesta,
    a jugar con peces tranquilos
    y sortear serpientes de río.
    Aquí, también, aprendimos a sentarnos con las nubes
    y con sus ubres de lluvia.
    ¿Habíamos crecido ya?
    ¿O eran la lluvia y sus gotas las que lo habían hecho?
    Aprendimos a aspirar el olor narcótico de las rosas
    y supimos que la corola de una flor es como carne.
    Nos sumergimos lejos, en ríos de voces confusas.
    ¿Quién ha plantado esta vid en el surtidor de la mezquita?
    La biblioteca de los manuscritos primigenios,
    en el bolsillo de la túnica.
    Partí, lejos, hasta la puerta de Salomón.
    Mi príncipe, en su palacio fluvial, estaba preso.
    Cuando fuimos —los estudiantes de Mahmudiya—
    a manifestarnos
    dijeron que la policía nos perseguiría.
    Allí, en los parques desiertos fumamos nuestros
    primeros cigarrillos
    y lloramos de miedo.
    El olor de las plantas acuáticas,
    el pez muerto en la canícula,
    puentes que nos llevan,
    puentes que nos traen y puentes que nos mojan;
    los balcones de las princesas de la India quedan lejos,
    los jardines quedan lejos,
    la puerta de Salomón, lejos.
    Y también la casa.
    El sol se envolvió de una suave concha
    y se echó a dormir.

    Pata de cabra,
    pata de pala,
    pasos de ogros y diablesas en las sombras...
    Y en nuestras lágrimas se apaga la brasa
    de nuestros primeros cigarrillos.
    "Dulce niño, Mustafa,
    luz de los ojos,
    duerme en paz, Mustafa,
    niño de ojos zarcos.
    Cierra los ojos y verás los caballitos
    y a Basora con sus dos orillas.
    Duerme, mi niño,
    que el Profeta te guarda
    y con él todos los santos imanes.
    Duerme, vida mía, duerme."

    (Saadi Yúsuf)

    Un abrazo, Vicente

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  3. Cuando escribiste el texto de Saadi Yúsuf, estaba en Casablanca con contadores de historias de Marruecos, Túnez, Argelia... Miré tu blog y parecía que tu también estabas allí. Te leí mientras Fuad traducía al árabe.

    Gracias Fernando. Un abrazo

    Vicente

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  4. lo que yo queria, gracias

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