Y durante todas esas cinco horas en las que hablan de todo
lo que ha pasado, de lo que pasa y de lo que pasará, o, al menos de lo que en
ese momento ellos creen que pasará. Durante esas cinco horas en las que él le
dice “no nos vamos a acostar, al menos hoy no”, y en las que ella adivinará o
sabrá o intuirá que esa noche algo ha pasado fuera de sus cuartito, de su
campana y de su chiringuito. Durante esas cinco horas en las que ella bromea
que “bueno, al menos, algún día nos volveremos a besar”. […] Durante esas cinco
horas pues, ellos sí se besarán. Varias veces. Intentando no hacerlo. Luego
intentando no parar. Pero parando. En nombre de no sabemos qué. Con urgencia. Y
con un deseo encendido que se interrumpe, siempre, cuando está a punto de
estallar. […] Y muchas de esas cinco horas, ellos estarán acariciándose la
espalda o los brazos o simplemente tocándose. […] Él le dirá a ella lo bien que
huele, lo suave que es su piel y lo mucho que le gusta su voz. […] Él morderá los
pies de ella a pesar de los calcetines. Y levantará prudentemente la camiseta
de ella para colocar sus manos sobre las costillas de ella. […] Y también
cuando ella esté sentada frente a él, él la agarrará de la cintura, la
levantará y la colocará sobre él en un gesto impecable y se besarán otra vez.
Juntarán sus frentes y bufarán. Y todo será terriblemente sexual. Atrozmente
apasionado. Ella recordará toda esa parafernalia con la mezquindad de un
contable.
(Blanca Lacasa. El accidente. Barcelona, Libros del
Asteroide, 2025)
Todo es ángulo muerto. O no lo es.
El accidente ya se ha puesto en marcha.
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