miércoles, 1 de enero de 2025

En la estación más lenta

 

He cruzado el otoño con la única hoja

que había sobrevivido.



He atravesado a solas

una ciudad que yace sumergida

con sus muelles y sus embarcaciones,

obstinada en vivir, inconsolable,

por los canales lentos de la noche.

 

Acuciado por el silencio de las palabras,

he salido a las calles,

a las encrucijadas; he preguntado a todos

por los cuartos secretos y las habitaciones de alquiler,

por la profundidad de los desvanes

donde los refugiados,

aturdidos también por el silencio

de esas mismas palabras,

dejan pasar las horas compartiendo

sus lámparas de fósforo y el papel crepitante,

la ceniza reciente del consuelo.

 

Contra un cielo apagado, sin matices,

he visto como un hombre lanzaba un juramento

en presencia de nadie

y esparcía la semilla del sueño de sus hijos

por los terrones húmedos de la misericordia.

He asumido la culpa del pájaro del alba,

de sus innumerables delaciones

y he salvado con mi palo de ciego

un puente derruido

y una caja sin puertas ni ventanas

en la que entran y salen los vencejos.

He surcado las aguas que se rompen contra los promontorios,

los ríos que sucumben en la islas.

 

Sin precipitaciones,

casi a paso de hombre,

he elegido el camino que recorre, uno a uno,

los símbolos de nuestra permanencia

y he cruzado la noche de nuestros pensamientos

con la luz disgregada

que nos hace imposible ser felices.

 

En la estación más lenta.

 

En los alrededores de una vida

que ha seguido arrastrando hacia nosotros,

como esos ríos que corren desbordándose,

hacia los sumideros, sus hojas descuidadas,

sus pajarillos muertos.

 

 (Basilio Sánchez. Las estaciones lentas. Madrid, Visor, 2008. Imagen de Justiñiano Peña Carbonero)

 

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