Tal es mi regla,
y así está dispuesto mi ánimo. Ningún ser divino, ni nadie que no sea un
envidioso, puede deleitarse con mi impotencia y mi desgracia, ni tener por virtuosos las lágrimas, los
sollozos, el miedo y otras cosas por el estilo, que son
señales de un ánimo impotente. Muy al contrario: cuanto mayor es la alegría que
nos afecta, tanto más participamos necesariamente de la naturaleza divina. Así,
pues, servirse de las cosas y deleitarse con ellas cuanto sea posible (no hasta
la saciedad, desde luego, pues eso no es deleitarse) es propio de un hombre
sabio.
(Baruch Spinoza. Ética demostrada según el orden geométrico, IV,
Proposición XLV, escolio. Edición de Vidal Peña. Madrid, Editora Nacional, 1984,
pág. 312)
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