Juzga extraordinario que algunas mañanas, poco después de despertar, cuando se agacha para atarse los cordones, lo inunde una dicha tan intensa, una finalidad tan natural y armoniosamente a tono con el mundo, que le permite sentirse vivo en el presente, un presente que lo rodea y lo impregna, que llega hasta él con la súbita y abrumadora conciencia de que está vivo.
(Paul Auster. La invención de la soledad. Traducción de Margarita Eugenia Ciocchini. Barcelona, Anagrama, 1982)
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