Hay que estar siempre borracho. Todo radica ahí: es la única
cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que destroza vuestras
espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua.
¿Y de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo,
pero emborrachaos.
Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, en la verde hierba de un foso, en la mustia soledad de vuestro cuarto, habiendo disminuido o desaparecido la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, gime, rueda, canta y habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj os responderán: "¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos martirizados por el Tiempo, emborrachaos, emborrachaos constantemente! De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo".
(Charles Baudelaire. Pequeños poemas en prosa. Los paraísos artificiales. Edición y traducción de José Antonio Millán Alba. Madrid, Editorial Cátedra, Letras Universales, 67, 1986)
No hay comentarios:
Publicar un comentario