(Donde habla un joven literatoso,
ingenuo, confiado. Sin embargo, con toda la experiencia del mundo. No obstante
tierno, esperanzoso, equivocado. Nunca hubiera imaginado el Infierno por venir.
Menudo imbécil. Lo que en verdad significa desaparecer)
(8 de julio de 2006)
Escribes para desaparecer.
Amabas la libertad que otorga el
anonimato,
ningún traje le vino tan bien a
una timidez exacerbada,
extremada discreción que vistiera
al poeta.
Ardías en el fulgor mental de las
preguntas esenciales,
lumen enraizado que daba a tu
carne
acceso al temblor y la
fiebre.
La interrogación tierra
adentro.
Como el invierno un jardín de
hielo,
has cultivado tu
desaparición,
sin evitar el aprendizaje
íntimo
de las desapariciones
ajenas.
Para la resurrección de la
carne,
la disolución de tu alma,
su permanencia.
Escribes para desaparecer.
Para desaparecer escribes
la pasión inútil de escribir
escribiéndote.
Escritura
sobre escritura.
Reescritura.
Veladura de palabras.
Paradoja que no es: desapareces
escribiéndote.
La ambigüedad, temperatura.
Sangre.
En la doblez te yergues,
vulnerable,
y la noche pronuncia tu
nombre:
nadie.
(Esta manera de estar en el
mundo: no estando.
Sin estar ni bien estar, contra
cualquier estado.
Escribir, desaparecer. Escribir.
Así
(Soñé la muerte y otros poetas. Madrid, El sastre de Apollinaire,
2011)
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