A
pesar de que tuve momentos de esperanza insensata, sabía muy bien que nunca
sería publicado. Lo había escrito para aprender el oficio. Aún conservo el
manuscrito. Mi mujer dice que, si lo hubiera leído ella, me habría aconsejado
abandonar. Pero es bien sabido que la ignorancia es muy osada, de modo que
empecé mi segunda novela. Nunca imaginé que tardaría diecisiete años y seis
novelas antes de ver publicada una, la séptima. Perseveré porque me daba cuenta
de que escribir era mi única manera de hacer algo creativo, de salir del pozo
oscuro, de cumplir el sueño y descansar al sol. Y si el lector ha llegado hasta
aquí, se habrá dado cuenta ya de que la perseverancia es fundamental en mi modo
de ser. Me recupero de cualquier caída mientras el cuerpo obedezca mi voluntad.
He ganado muchas peleas porque no me he rendido… y también he recibido algunas
palizas por no saber dejarlo a tiempo.
(Edward Bunker. La educación de un ladrón. Traducción de
Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté. Prólogo de Kiko Amat. Barcelona, Sajalín
Editores, col. Al margen, 2015)
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