La pintura china y japonesa invoca dos principios fundamentales:
de un lado, la vida primordial, y el aliento vital que impregna todas las cosas
en Uno las reúne en un todo y las transforma conforme un movimiento de gran
círculo o de espiral orgánica; de otro, el vacío mediano, y el esqueleto, la
articulación, la juntura, surco o trazo quebrado que va de un ser a otro
tomándolos en la cúspide de su presencia conforme una línea de universo. En un
caso lo que cuenta es la reunión, diástole y sístole, pero en el otro, más bien
la separación en acontecimientos autónomos todos ellos decisivos. En un caso,
la presencia de las cosas está en su “aparecer”; en el otro, la presencia misma
está en un “desaparecer”, como una torre cuya cima se pierde en el cielo y cuya
base es invisible, o como el dragón disimulado tras las nubes.
(Gilles Deleuze. La
imagen-movimiento. Estudios sobre cine, 1. Traducción de Irene Agoff.
Barcelona, Paidós, 1984)
No hay comentarios:
Publicar un comentario