lunes, 1 de junio de 2015

Cuatro poemas de Ángel Bonomini


I
Oficio y finalidad
Repetir una y otra vez
aquello de que se carece
a fin de que a fuerza de insistirlo
quede creado:
dibujar en el aire
hasta que el sonido del rasgo
se convierta en silencio.
Y así, cada piedra contenga su rostro:
y cada instante de sordera contenga su voz;
y cada partícula de obscuridad
revele el sol de su presencia,
y cada gota de muerte
devenga semilla.
Se trata de buscar la palabra
para callarla.
II
Zona lejana
El corazón es un rincón secreto
donde se hacen cenizas
los ojos más azules,
y las armas de acero,
y el perfume imperdonable de los jazmines.
En la lejana región de esos latidos
se va ordenando,
sin que nadie lo sepa,
un íntimo silencio
que no estará en el tiempo.
III
Equivalencia
La presencia concreta
o el vacío de Dios.
Lo mismo da;
el alma bien lo sabe:
también su ausencia es sagrada.

IV
Poética

Hubo un tiempo
–todavía no nacido—
en que surgió en su mente
la sospecha de los ángeles,
y en esos rostros idénticos al suyo
debía hallar la clave
de todo sinsentido.

Envuelto en un purísimo silencio,
rodeado de las aguas maternales,
inventó asimismo
las alas de los pájaros,
el perfume nocturno del verano.

Pero todo ha olvidado.

A menudo recurre, empero,
a los vestigios de su memoria
y anota esas tenues recuperaciones
con el propósito
de otra vez ser él mismo.

Creo que procura volver
a no haber nacido todavía.

(Ángel Bonomini. Torres para el silencio y otros poemas. Prólogo de Esperanza López Parada. Valencia, Pre-Textos, col. La Cruz del Sur, 1319, 2015)
¿Todo depende de los que hagamos con el alma?
Todo depende de los que hagamos con el alma.
(Ángel Bonomini)

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