Fernando Nombela. En esta luz nosotros, Tigres de papel, 2014;
Soñé la muerte y
otros poemas, El sastre de Apollinaire, 2011.
Tengo
dos libros en mi manos.
Decir,
primero que todo, que los nombro por su color: “En esta luz nosotros” es el
amarillo. “Soñé la muerte y otros poemas” es el verde.
Decir
que los leí uno tras otro, sin mediar pausa entre ellos. Decir que disfruté
inmensamente, completamente, de cada uno. Decir que disfruté aún más del
tránsito entre uno y otro.
Y
es aquí donde quiero detenerme, en el tránsito entre amarillo y verde.
Tránsito
no premeditado, fruto de la impaciencia y la fascinación de la búsqueda de eso
que asciende tras las pistas de lo escrito, las palabras. Esa música
otra.
El
tránsito precioso, diría que necesario.
Así,
me veo inmersa en un mundo par, donde ya no hay cómo --no encuentro cómo--dialogar
con uno sin el otro. Quedarme en uno sin dejarme en el otro.
Uno
que (se) sostiene al otro, el otro que (se) abraza al uno.
Lo
que en uno es lanza, en el otro es astilla.
Lo
que en uno es cobijo, en el otro es la desnudez hasta el átomo.
Una
hamaca con dos cielos. Un mar con dos aguas.
Un
libro en cada orilla, tendidos los puentes entre ellos.
Es
probable que, hasta aquí y poco más, todo lo que pueda decir ya esté dicho.
Y,
sin embargo, no puedo sustraerme de hacer el intento último de destramar,
destejer, aunque ello signifique el daño irreversible de lo delicado.
Hacerlo,
entonces, furtivamente, midiendo cuidadosamente mis pasos, despojándome de lo
que me sobra o asoma de puntiagudo, afilado. No romper. Acariciar. No forzar.
Entregarse.
Como
amar, como vivir, como leer.
Uno. Un
libro en cada orilla...
Orilla
amarilla.
Es
más de lo que esperaba. ¿Acaso esperaba menos? No.
Se
remueven las tierras interiores dejando desnudas las cosas perdidas.
Paisaje
en dónde solo resta caer, cayendo, perseguida
por
lágrimas salidas desde el centro de la tierra.
El
temblor.
El
temblor de mis manos.
El
temblor de mis manos tristes.
El
tesón de la luz y su certero iluminar, lavar, bendecir, consolar.
La
tristeza que no recuerdo.
La
tristeza que olvidé recordar.
Que
disfracé de otro color.
La
tristeza reducida a problema.
La
tristeza en gloria y majestad.
Y
fulminante categórico irreductible, el odio. Y abatido despojado huérfano, el
odio.
Y
la melancolía tomando sol, ese portento.
Orilla
verde.
Los
espejos. Lo sísmico.
Lo
doy todo por cierto, no hay espacio para la duda. Mi ignorancia no me lo
permite. Tampoco mi naturaleza crédula y cándida.
Tanta
vida no puede ser mentira.
La
paciencia.
La
paciencia en la mirada, la paciencia de la mirada. Paciencia en el vendaval, en
la espera, en la calma, en la llegada, en la pérdida, en la nostalgia, en la
vida, en la muerte, en el amor, en el miedo (pero esta es mía). Paciencia en la
palabra. Paciencia en la paciencia.
Quiero
apropiarme de: Leed retretes donde dice retratos.
Dos.
…tendidos los puentes entre ellos.
Puentes
oxidados de sal y lluvia
que
crujen bajo el peso
de
la sombra que soy
intuyéndome
oscura, sedienta.
Cruzar
los puentes.
Puentes
color de puñal y forma de locura, de olvido.
Cruzarlos
ciegos, reptando entre la amenaza y la redención de la muerte omnipresente.
Puentes
atristados, deshilachados, apenas sosteniéndose,
como
lágrimas, como brazos abrazando nada.
Cruzarlos
con nada más que la propia piel como abrigo.
Puentes
líquidos. Ríos puentes.
Cruzarlos
como contrabandista. Llevar olvido a la memoria, el recuerdo al vacío, llevar
agua y amor, traer pecios, traer silencio. Llevar y traer abriles. Llevar y
traer luz, inviernos, catedrales, soledades.
Puentes
colgantes, tensados sobre el vacío de una soledad inconmensurable y tan
transparente.
Cruzarlos
como peregrino caminando, paciente y bendito, hacia el alma sagrada -esa luz-,
la vena que alberga todas las sangres, el latir del mundo en el hombre, del
hombre en el mundo.
Puentes como
el amor sí como el amor.
Tres. Orillas,
puentes, pies.
La
hermosura no admite descripción. Con suerte una confusa, vergonzante,
tentativa.
Primero.
Hay
que no-saber.
Hay
que usar los sentidos perdidos -esos, que ante el suspiro de lo ignoto, surgen,
innumerables, tras las cinco puertas memorizadas.
Segundo.
Aceptar
los vientos, todos.
Renunciar
al timón, al ancla, a cualquier subterfugio de nave.
Hay
inmensidades que no soportan ningún tipo de andamio, de cosa edificada, de
borde.
Tercero.
“Ven”.
Desaparece. Desintégrate.
“Ven”.
Llora conmigo los llantos tuyos (nosotros), los llantos nuestros (nosotros),
los seismilmillones de llantos (nosotros); desvelemos las capas del llanto.
“Ven”.
Llenemos un mar nuevo.
“Ven.
Naveguemos.”
Cuarto.
Agitarse.
Sacudirse. Saberse, de a poco, otra vez, animal.
Animal
herido y aterido. Animal sediento y hambreado.
Quinto.
Salir
a cazar.
Por
ahora, me quedo aquí, tendida junto a estos versos que son y serán:
Por
agua y amor vine
Por
amor y agua.
(Paula Gastelo)
Lo difícil no es vivir la poesía, lo difícil es vivir sin ella.
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