Turín,
17 de abril de 1950
No tengo más aliento para escribir poesía. Las
poesías llegaron contigo y se fueron contigo. He escrito ésta hace algunas
tardes, durante largas horas mientras esperaba, vacilante, poder llamarte.
Perdóname la tristeza, pero también contigo estaba triste. Observa que he
comenzado con una poesía en inglés y la termino con otra cosa. En eso cabe toda
la apertura que he experimentado en estos meses: el horror y la maravilla.
Queridísima, no tomes a mal que siempre esté hablando de sentimientos que tú no
puedes compartir. Por lo menos puedes comprenderlo. Quiero que sepas que te
agradezco con toda el alma. Los pocos días de maravilla que he arrancado de tu
vida eran casi demasiado para mí; bueno, ya pasaron, ahora comienza el horror,
el horror desnudo y estoy preparado para afrontarlo. La puerta de la prisión ha
vuelto a cerrarse con estrépito. Queridísima, no volverás nunca a mí, inclusive
si regresas a Italia. Ambos tenemos determinadas cosas que hacer en la vida que
tornan improbable que podamos encontrarnos de nuevo, excepto si nos casáramos,
cosa que he anhelado desesperadamente. Pero la felicidad es algo que se llama
Joe, Harry o Johnny; no Cesare. ¿Me creerás si te digo -ahora que no puedes tener
sospechas de que estoy recitando para coaccionarte de alguna manera- que esta
noche he llorado como una criatura pensando en mi suerte -y en la tuya- pobre
mujer, fuerte, hábil, desesperada en la lucha por la vida? Si he dicho o hecho
alguna vez cosas que no podías aprobarme, perdóname. Yo te perdono todo este
dolor que me carcome el corazón, sí, te aseguro, le doy la bienvenida. Este
dolor eres tú, la verdadera maravilla y el verdadero horror de ti. Rostro de
primavera, adiós. Te deseo éxito en tus días y un matrimonio feliz, sí. Rostro
de primavera, he amado todo de ti, no sólo tu belleza, lo cual sería demasiado
fácil, sino tu fealdad, tus momentos desagradables, tu tache noir, tu
rostro hermético. No te olvides de eso.
Cesare
(Cesare
Pavese. Cartas (1926 – 1950), vol. II.
Traducción de María Esther Benítez. Madrid, Ibarra/ Alianza, Col.
Alianza Tres, 4, 1973. En la imagen, Constance Dowling y Cesare Pavese)
¿Puedo decirte, amor, que nunca me he despertado con
una mujer a mi lado, que cuando amé nunca me tomaron en serio, y que ignoro la
mirada de reconocimiento que una mujer dirige a un hombre? ¿Y recordarte que,
por culpa del trabajo que he hecho, siempre he tenido los nervios en tensión y
la fantasía dispuesta y precisa, y el gusto por las confidencias ajenas? ¿Y que
estoy en el mundo hace cuarenta y dos años? No se puede quemar la vela por los
dos cabos –en mi caso la he quemado toda por un solo lado y las cenizas son los
libros que he escrito.
http://youtu.be/MDtaE0Cbayo
Gonzalo Herralde
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