I
Los sentimientos siempre epidérmicos en los así llamados
pacientes. Todo es como debe ser: plano. Un punto y otro punto componen una
línea, y oír nuestro nombre nos convierte en perros. Los volúmenes, las
dimensiones son un recuerdo de cuando eras un teatro que realizaban los otros.
Un punto y otro punto. Importan los actos, decían, no el aullido, las palabras.
Un punto y otro punto: aullamos en silencio. Nunca el habla, nunca el canto.
II
Dicen que la curación adviene por actos, siempre y cuando no
sean expresiones artísticas. Un poema puede fallar, morir como un cachorro de
tigresa; las palabras no. Llegan y se hace el silencio. Un abismo que asciende
y desciende --hasta dónde, hasta cuándo—, que asciende y desciende. Eso pasa,
eso somos.
III
Dicen que ahí fuera son cegadoras las ventanas de los
edificios, que resplandecen las formas geométricas. Aquí no hay ventanas ni
puertas, y, aunque siempre es de noche, imaginamos ampliar la luz y el silencio
de las urbanizaciones azules y las estaciones de servicio, y cultivamos
lágrimas y rododendros en las vísceras invisibles de los aparecidos.
IV
Siete agujeros en un
cielo de neuronas.
Siete agujeros negros
en un cerebro estrellado.
V
Sin padres postizos ni paracetamol metafísico, necesitamos
llegar al centro luminoso de nuestro inconsciente, llegar a ser uno mismo, ser
lo que verdaderamente se es. No la familia ni la cultura, no la historia o la
tradición. No un filólogo ni un filósofo ni un teólogo ni un psicólogo. Si de
veras, un poeta es un poeta es un poeta es un poeta.
(...)