I
París,
19 de noviembre de 1957
Querido
señor Germain:
Esperé
a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de
hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he
buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y
después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que
era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto.
No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.
Pero
ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue
siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón
generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus
pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno
agradecido.
Lo
abrazo con todas mis fuerzas.
Albert
Camus
II
Mi
pequeño Albert:
He
recibido, enviado por ti, el libro Camus, que ha tenido a bien dedicarme su
autor, el señor J.-Cl.Brisville.
Soy
incapaz de expresar la alegría que me has dado con la gentileza de tu gesto ni
sé cómo agradecértelo. Si fuera posible, abrazaría muy fuerte al mocetón en que
te has convertido y que seguirá siendo para mí "mi pequeño Camus".
Todavía
no he leído la obra, salvo las primeras páginas. ¿Quién es Camus? Tengo la
impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen.
Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu
naturaleza, tus sentimientos. Cuando mejor lo consigues es cuando eres simple,
directo. ¡Y ahora, bueno! Esas impresiones me las dabas en clase. El pedagogo que
quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna ocasión para
conocer a sus alumnos, sus hijos, y éstas se presentan constantemente. Una
respuesta, un gesto, una mirada, son ampliamente reveladores. Creo conocer bien
al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al
hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu
persona. Tu cara expresaba optimismo. [...]
He visto la lista en constante aumento de las obras que te están dedicadas o
que hablan de ti. Y es para mí una satisfacción muy grande comprobar que tu
celebridad (es la pura verdad) no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo
Camus: bravo. [...]
Hace
ya bastante tiempo que no nos vemos.
Antes
de terminar, quiero decirte cuánto me hacen sufrir, como maestro laico que soy,
los proyectos amenazadores que se urden contra nuestra escuela. Creo haber
respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño: el
derecho a buscar su verdad. Os he amado a todos y creo haber hecho todo lo
posible por no manifestar mis ideas y no pesar sobre vuestras jóvenes
inteligencias. Cuando se trataba de Dios (está en el programa), yo decía que
algunos creen, otros no. Y que en la plenitud de sus derechos, cada uno hace lo
que quiere. De la misma manera, en el capítulo de las religiones, me limitaba a
señalar las que existen, y que profesaban todos aquellos que lo deseaban. A
decir verdad, añadía que hay personas que no practican ninguna religión. Sé que
esto no agrada a quienes quisieran hacer de los maestros unos viajantes de
comercio de la religión, y para más precisión, de la religión católica. En la
escuela primaria de Argel (instalada entonces en el parque Galland), mi padre,
como mis compañeros, estaba obligado a ir a misa y a comulgar todos los
domingos. Un día, harto de esta constricción. ¡metió la hostia
"consagrada" dentro de un libro de misa y lo cerró! El director de la
escuela, informado del hecho, no vaciló en expulsarlo. Esto es lo que quieren
los partidarios de una "Escuela Libre" (libre... de pensar como
ellos). Temo que, dada la composición de la actual Cámara de Diputados, esta
mala jugada dé buen resultado. Le Canard enchaîné ha señalado que, en un
departamento, unas cien clases de la escuela laica funcionan con el crucifijo
colgado en la pared. Eso me parece un atentado abominable contra la conciencia
de los niños. ¿Qué pasará dentro de un tiempo? Estas reflexiones me causan una
profunda tristeza. [...]
Recuerda
que, aunque no escriba, pienso con frecuencia en todos vosotros. Mi señora y yo os abrazamos fuertemente a los cuatro. Afectuosamente vuestro.
(Albert
Camus. El primer hombre. Traducción
de Aurora Bernández. Barcelona,
Tusquets, 1994. En la imagen, fotograma de El primer hombre, 2011, de Gianni
Amelio)
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